Siempre afirmo en mis conferencias para parejas que los conflictos matrimoniales son parte de la vida cotidiana. Matrimonio que no tiene problemas, es un gran problema. Los conflictos conyugales son necesarios en toda relación saludable, al grado que las discusiones en la pareja -por increíble que parezca- pueden incluso alargar la vida. Así arrojan los resultados de una investigación científica del Departamento de Psicología de la Universidad de Michigan en Estados Unidos, después de 17 años de estudios con 192 parejas, concluyendo que:
“si uno de ellos o ambos manifiestan sus sentimientos y resuelven los conflictos, la longevidad es mayor“.
Por otro lado, pareja que no tiene conflictos, tampoco tendrá la oportunidad de crecer, madurar o desarrollarse. La ausencia de problemas conllevaría a la pareja a una relación rutinaria, tediosa e insostenible.
Todos sabemos que después del invierno viene la primavera, después de la noche viene el día, y después de la tristeza viene la alegría. ¿Acaso esto no hace más atractiva e interesante la vida? ¿Podemos imaginarnos un matrimonio que jamás tienen conflictos, que todo el tiempo sonríen y que nunca contienden? En primer lugar, estos matrimonios son ilusorios y no existen; en segundo lugar, nadie debe concebir el matrimonio como una especie de circo donde todo el tiempo habrán carcajadas.
Los problemas conyugales son para resolverlos y no para eludirlos, pretender huir de ellos equivale a soñar con un matrimonio irreal e inalcanzable. La mejor manera de crecer en la relación matrimonial es afrontando y atacando el problema, jamás a la pareja o al ser humano. Aquí es donde muchos fallan, pues de pronto resultan agrediendo, ofendiendo y lastimando a la persona amada. En medio del conflicto, casi siempre salen a relucir los deberes incumplidos de cada cual como una suerte de justificación para ser crueles y atacarse sin compasión. Por esa razón, en esta oportunidad abordaremos los deberes conyugales concernientes a ella, los cuales al ser debidamente aplicados servirán como atenuantes ante los inevitables conflictos conyugales.
1. Apoyar Eficientemente. Génesis 2:18. – Proverbios 31:10-12. – 1 Corintios 11:9.
Hay mujeres que consideran no necesitar de un hombre para cumplir sus metas y realizarse en la vida. Un hombre no puede decir lo mismo; lo real es que el hombre sí necesita de la mujer, y fue su necesidad que tocó el corazón de Dios para crear a la mujer y traerla al hombre como el maravilloso complemento que necesitaba. Toda mujer debe entender que fue creada por causa del varón y no a la inversa. El hombre sin la mujer está incompleto, y aunque no lo aparente, él sabe que necesita de esa única e insustituible ayuda idónea. Por lo tanto, le concierne a la esposa asumir el deber de apoyar a su cónyuge, según el designio de Dios.
Puede sonar a inverosímil, pero el hombre es muy vulnerable ante la adversidad y con facilidad se hunde emocionalmente. Ante estas circunstancias, nadie mejor que la esposa para consolarlo, animarlo y motivarlo. Muchos esposos han levantado negocios quebrados y empresas desde los escombros, pero gran parte del éxito se debe a la extraordinaria y eficaz ayuda idonea de la esposa. Conozco de hombres que de solteros nunca lograron nada, pero bastó que se casaran y fue la esposa quién con sabiduría y acierto promovió cambios radicales en su cónyuge. Pero también hay esposos que creen saberlo todo y de manera unilateral e independientemente de la esposa toman sus propias decisiones, no saben consultar y menos escuchar a la esposa, para terminar dándose contra la pared. La ayuda idónea, no debe dejar de pronunciarse y eventualmente exhortar al esposo cuando desde su perspectiva nota que algo no marcha bien, pues el fracaso del esposo será también el fracaso de la familia.
2. Administrar el Hogar. Proverbios 31:13-19. – Lucas 16:10. – Lucas 19:11-27.
Está comprobado que la mujer administra mejor que el varón. Una esposa siempre es más cautelosa, metódica, sistemática y calculadora en lo que hace. Con estas virtudes de la mujer, el hogar está en buenas manos e incluso a buen recaudo. Se le ha dado a la esposa el merecido título de “Reina del Hogar”, porque nadie como ella custodia, vigila, defiende y protege los intereses de su familia. Ella vive, sueña y se desvela por el bienestar de los seres que más ama. Su vida está dedicada a los suyos, y todo lo que planifica o proyecta siempre lo hace pensando en función de su familia. Difícilmente un esposo tiene estos atributos, y si los tuviera, no será con el carácter singular de la esposa.
La administración del hogar, implica una alto grado de laboriosidad que el esposo deberá reconocer y considerar en su esposa a fin de apoyarla oportunamente. Habrán momentos de tensión, estrés y fatiga inherentes a esta gran responsabilidad que no siempre serán tomadas en cuenta por el varón, quién deberá ser considerado con ella.
Asimismo, toda esposa es visionaria y siempre estará elaborando planes y proyectos para su familia; también es previsora anticipándose a las eventualidades que su familia podría afrontar, esto la llevará a tomar sus precausiones ante la escasez financiera o posibles enfermedades, situaciones que demandarán comprensión y tolerancia del esposo. Porque ella conoce muy de cerca las necesidades del hogar, convendría que el esposo le confíe este deber a su esposa, ya que ella es muy diligente en la administración. Pero también, se demanda que la esposa sea confiable.
3. Edificar el Hogar. Proverbios 14:1. – 1 Corintios 10:23. – Efesios 4:29. – Tito 2:4-5.
La solidez de una familia depende en gran medida de la esposa. Es ella quien pasa más tiempo en el hogar y le dedica mayor tiempo a sus hijos. Puede ser que ella trabaje fuera del hogar, pero siempre estará dispuesta a sacrificar su propio descanso e invertir tiempo para atender diligentemente a su familia y velar por el bienestar de cada uno de los que la integran. En esta noble misión, la esposa ha de ser muy prudente, ya que por ser la más accesible a los hijos, recibirá y conocerá de ellos una serie de “secretos”, y aunque debe ser buena confidente, nunca debe olvidar que el matrimonio es una unidad, y es sensato que le haga partícipe a su esposo las vivencias de sus hijos. En una familia saludable, no son recomendables los “secretos”.
Como es evidente, la esposa tiene una participación fundamental en la edificación del hogar. La influencia que ejerce en la vida de sus hijos es determinante. Siendo así, es ineludible indicar que como esposa y madre siempre deberá ser una mujer digna y honorable. En el mundo no faltan personas sin pudor ni decencia, que no saben respetar a una dama; a estas personas no les interesa si se trata de una mujer casada o si es madre. Pero si la mujer no sabe darse su lugar, y se presta para los galanteos e insinuaciones indecentes, perderá la autoridad para edificar su hogar y para darle estabilidad a su matrimonio. Ninguna esposa debe permitir que le falten el respeto, siempre deberá mantenerse alerta ante quienquiera que pretenda hacerlo, y de inmediato deberá comunicarle a su esposo. Recordemos que un hogar se edifica con sabiduría, y la esposa es la más indicada para tan loable deber.
4. Irradiar Amor Divino. 1 Juan 4:7-12. – Romanos 12:9-10. – Gálatas 5:13. – Efesios 4:32.
Cuando las madres refieren la condición de impiedad en la que viven sus hijos, así como de la indiferencia de sus esposos para con ellas, siempre lo hacen con sentimientos de frustración e impotencia al no lograr revertir esta cruda realidad. Sus hijos prefieren estar más con los amigos, incluso algunos se van a vivir con ellos; por su parte los esposos evitan llegar a casa para no encontrarse con una mujer histérica o neurótica. Es fácil deducir que a cualquier persona le resultaría desagradable -por decir lo menos- vivir en semejante “hogar”. La esposa tiene mucho que ver para que en casa, la convivencia familiar sea adecuada.
Urge a la esposa, convertir el clima familiar en un “pedacito de cielo”. Esto es perfectamente posible, y la mejor forma para lograrlo será reflejar el amor de Dios a través de ella. Toda esposa logrará cautivar a su cónyuge con sus atenciones. Cuando el hombre regresa a casa después de una jornada de trabajo, ahí debe estar una esposa dispuesta a recibirlo con distinguidas atenciones, que nadie lo haría como ella.
También es de gran importancia el servicio al esposo, viendo su cuidado y aspecto personal, ya que el varón a veces se descuida en este sentido. Y lo que más contribuirá al fortalecimiento conyugal, será el perdón. Innumerables matrimonios se desintegran cada año por la falta de perdón. Es conocido que la mayoría de varones tienen más desatinos y desaciertos que las mujeres, y una esposa sensata sabrá perdonar. El verdadero perdón implica olvido. Cuando se está recordando y usando la ofensa para encarar al varón, no se está irradiando el amor de Dios. Isaías 43:25. – Miqueas 7:19.
Permita que Dios use su vida para bendecir su matrimonio y familia.
Feliciano Ruiz