Oremos por los huérfanos
Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. No dará mi pie al resbaladero, ni se dormirá el que me guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá mi Guardador. Jehová es mi guardador; Jehová es mi sombra a mi mano derecha. El sol no me fatigará de día, ni la luna de noche. Jehová me guardará de todo mal; Él guardará mi alma. Jehová guardará mi salida y mi entrada desde ahora y para siempre.
Porque Él formó mis entrañas; Él me hizo en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. Dios, Dios mío eres Tú; de madrugada te buscaré, pues mi alma tiene sed de ti, todo mi ser te anhela. Con amor eterno me has amado y en tu amor no hay temor. Tú quitas de mi corazón el temor y me tomas en tus brazos y me amas. Me siento seguro en tus brazos, te amo. Gracias por amarme Tú primero a mí…
Aunque mi padre y mi madre me dejaron, con todo, Jehová me recoge y me ama. Él es mi amparo, mi fortaleza y mi pronta ayuda. Me acojo a ti, estoy desvalido y me siento solito, pero Tú no me echas fuera, Tú me amas y has prometido ser amparo del huérfano, por lo que sé que aunque atraviese el valle de sombra de muerte, tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Tú no me dejas ni me desamparas.
Yo cantaré de tu poder y alabaré de mañana tu misericordia; porque has sido mi amparo y refugio en el día de mi angustia. Fortaleza mía, a ti cantaré; porque eres mi refugio, el Dios de mi misericordia, tú eres el Fuerte, mi Defensor y no hay otro como Tú que defienda al débil y haga justicia al afligido y al menesteroso, Tú me sostienes.
Aunque el mundo no entienda, yo cantaré a Dios, cantaré salmos a tu nombre y te exaltaré. Eres Padre de huérfanos y haces habitar en familia a los desamparados. Pido Señor que tu mano me sustente y el Espíritu Santo me enseñe a hacer tu voluntad. Oro que tu buen Espíritu me guíe a tierra de rectitud. Vivifícame y saca mi alma de angustia. Enséñame a amarte y a guardar tus mandamientos, de forma que no me aparte de tu voluntad todos los días de mi vida. Yo sé que si esto hago, todas las cosas me ayudarán a bien, pues soy llamado conforme a tu propósito.
Padre, has dejado al Consolador para que esté conmigo para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero yo sí le conozco porque mora conmigo y está en mí. Él no me dejará huérfano.
Gracias por los hombres y mujeres que trabajan en las instituciones a cargo del cuidado de niños y niñas huérfanos, Señor. Pedimos que sus corazones sean rectos e íntegros delante de ti para que con toda humildad, amor y entrega hagan el bien a favor de los niños y niñas de todas edades que han quedado huérfanos. Oramos que sus vidas sean un instrumento efectivo para transmitir a los huérfanos el amor del Padre y que los corazones de todos los huerfanitos sean ministrados por tu presencia a través de ellos. Oramos que haya provisión abundante para cubrir todos los gastos y necesidades en las instituciones que velan por el bienestar de estos niños y niñas. Señor, que el cuidado sea más que sólo dar alimento y un techo, que haya un toque significativo de parte Tuya para la vida de estos niños.
Oramos que, más allá de ser adoptados y acogidos en un hogar por padres amorosos que les enseñen el buen camino a seguir, todos los huérfanos en Guatemala reciban a Jesús en sus corazones a fin de que reciban la adopción de ser hijos de Dios, y por cuanto son hijos, Dios envía a sus corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama, ¡Papito! Para que sean hijos y, porque son hijos, también son herederos de Dios por medio de Cristo.
Bendecimos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos aceptó en Jesús, su Amado.
En el nombre de Jesús, Amén.
(Sal. 121; 139:13-16; 63:1; 1 Jn. 4:18-19; Sal. 27:10; 46:1; 10:14b; 59:16-17; 82:3-4; 146:9; 63:4-6; Ro. 8:28; Jn. 14:16-18; Stg. 1:27; Gá. 4:4-7; Ef. 1:3-6)
Extraido del Ministerio Clamemos
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