Lo Inesperado Por Malyde Bianchi
El año 2009 fue para mí vivir lo inesperado. Jamás ni por un segundo, se me había pasado por la mente que algún día sería viuda y menos, a mi edad. Creí siempre que celebraríamos nuestros 50 años de casados, y ésa era mi mayor ilusión. Sin embargo, no sucedió como yo quería y me había imaginado.
Éste fue el año de paradigmas quebrados, de comprender que la vida no es como la hemos soñado ni siquiera como la hemos creído, a pesar de que a nuestro alrededor, pareciera lo contrario. La vida no depende de nosotros, ni el momento ni el minuto en que ya no seremos.
Ocho años atrás, yo me debí someterme a una operación peligrosa, de la cual creía que no iba a salir, sin embargo, la superé. Me costó un poco la recuperación, pero lo logré. Cuatro años después, empecé con otro tipo de molestias. Al principio no me encontraban nada, sin embargo, terminaron descubriendo que tenía cáncer en un seno. Nuevamente debí soportar una operación delicada, que nos afectó en muchos aspectos y tuve que tomar ladecisión más difícil de mi vida: hacerme tratamiento o no.
No era sencillo dilucidar qué era lo mejor. Me encantaba pasar tiempo, jugar y salir con mis nietos, disfrutaba en su compañía. No podía pensar que ni ellos ni Francisco tuvieran que aguantarme con mal humor, vómitos, tirada en una cama sin ganas de nada, conociendo mi carácter habitual. Decidí orar y buscar por ese medio mi respuesta, y aunque sabía que no sería fácil ni rápido, me tomé el tiempo para hacerlo. Pensé: «Un poco más, un poco menos no hará diferencia».
Al final de mis oraciones, tuve una visión que me aclaró la situación. En ella escuché a muchas personas que decían «Dios me sanó» y que, no obstante, habían recibido todo el tratamiento. No quiero con esto desvirtuar que haya sido por un milagro porque, de cualquier forma, existía una fe que las sustentaba, pero yo sentía algo diferente. Así comprendí que si buscaba la sanidad de Dios, debía ser sin someterme a ningún procedimiento químico. Luego, ya segura mi respuesta, reuní a mi familia y le conté lo sucedido. Solamente agregué: «Si no es como yo lo he interpretado, de todas maneras, prefiero vivir bien y en buenas condiciones mi último tiempo, y no llena de dolores y malestares». Nadie dijo nada, todos aceptaron mi decisión en silencio.
A partir de ese momento, empecé a pensar que yo me iba a ir primero que mi esposo. Sí, creía que estaba sana porque el Señor, en su misericordia, alargaba mi vida, pero cuánto tiempo, no lo sabía. Fran, en cambio, siempre decía «Yo voy a ser longevo, toda mi familia lo es». Era sano, no padecía de nada; aparte de una dieta que debía cumplir, nunca requirió tratamiento alguno. Pero así como así, un día cualquiera se sintió mareado y me pidió que lo llevara al hospital. Le hicieron varios exámenes, y todos dieron negativos. Sin embargo, su médico de cabecera estaba intranquilo, desde el principio nos había dicho que tenía síntomas de hemorragia interna, aunque la hemoglobina no había bajado. Era una pelea entre el diagnóstico y las pruebas de laboratorio. Por eso, lo dejó internado esa noche. A Francisco se lo veía muy bien, contento y haciendo chistes... Veinte minutos más tarde entró a la sala de operaciones y ya no salió.
¿Qué había pasado? Mil pensamientos encontrados luchaban en mi mente. Primero, los que decían que era yo la que tendría que haberme muerto y no él. Todo había apuntado a mí, y toda la familia así lo había creído. Después, los que se rebelaban contra lo sucedido, los paradigmas que se quebraban, las profecías que nunca encajaron. Entonces, ¿qué pasaba, todo era mentira, el hombre era mentiroso y lo llamaban profeta? Parecía que me encontraba en el ojo de un tornado, oscuro, doloroso a más no poder, sin ver nada y dando vueltas sin comprender. Hubo momentos en que quería abandonarme, permanecer en la ignorancia, pero siempre alguna mano me rescataba a la fuerza: mis hijos sabían lo que estaba pasando y no me dejaban caer.
No me alcanzaría el tiempo para contar las infinitas experiencias desoladoras por las que he atravesado. Diría que lo más fuerte, después de perder a Francisco, es ir comprendiendo una verdad, mi verdad, que jamás había imaginado. Una verdad que sigue quebrándose y que me trae, con cada pedazo roto, una nueva enseñanza al corazón. Y como aprender en estas condiciones no es agradable, quisiera no saber nada o decir: «El mundo me viene flojo, ya viví con Fran mi tiempo, y ahora todos déjenme que haga lo que quiera». Pero las cosas no son como deseamos, y hay todavía una lección que debe recibir mi corazón para seguir ensanchándome. Dios no ha terminado conmigo, y en Él todo tiene un propósito. Pero debo confesar que hoy ya no sé cuál es.
Y por este motivo escribo sobre esta parte de mi vida tan dolorosa que no quisiera ni recordarla, porque debo aceptar que mi aprendizaje exige que me enfrente a la realidad y salga a flote por mí misma, sin depender de nadie. Todavía no lo he logrado, apenas estoy vislumbrando el camino y consideré que era una buena oportunidad para compartir con ustedes lo errados que vivimos la mayoría del tiempo, incluso, creyendo que sabemos todo, aferrados a cosas que ni valor tienen o que no son eternas, o a personas que, creemos, son amigos incondicionales, sobre todo en momentos difíciles, pero en la realidad nos encontramos con grandes sorpresas y con mucho sarcasmo. Nos damos cuenta entonces de que la seguridad no está donde suponíamos. Francisco era mi seguridad y lo era hasta tal extremo que ni yo misma era consciente de cuántos aspectos de mi vida se sostenían en él. Eso es exactamente lo que me quitaron. Y yo siempre había creído que solamente Cristo Jesús era mi seguridad en todo, ¡cuán errada estaba!, aunque me considero buena cristiana, estaba tan errada como cualquiera. Por lo tanto, ser buen cristiano no impide cometer errores en la vida.
Estar al lado de Francisco me daba paz y tranquilidad, aun en situaciones económicas malas. Sí, realmente vivimos algunos años de escasez, sin embargo, nunca cambié de posición, yo tenía la convicción que él haría cualquier cosa para salir. En efecto, salimos, y ni siquiera por obra de mi esposo, sino por las vueltas que el destino da y la oportunidad que se pone enfrente.
Por las experiencias que he debido atravesar durante este año, me he dado cuenta de cuántos paradigmas mentirosos guardamos en el corazón que nos impiden llevar una vida sencilla, disfrutando cada día al máximo porque el siguiente nadie lo conoce.
Los animo, desde un corazón todavía dolido y no restaurado, a que aprendan que la vida es corta, que no gira sólo alrededor del trabajo o del propósito de hacer mucho dinero, siempre hay una familia que nos necesita más. Aprendan a disfrutarla no a costa de lastimar a otros ni abusando. Disfruten con un corazón puro, fiel, de confianza. Deje cada uno sus egoísmos a un lado, reconociendo que con egoísmo no se llega lejos. Tampoco pretendan llegar lejos si actúan de manera contraria al objetivo para el que fuimos creados. La creación fue hecha para vivir en armonía, ésa es la enseñanza de Cristo, la que tanto nos cuesta seguir. Él es nuestro camino y através de él perfeccionamos el amor en nuestro corazón, alejando toda mezquindad, todo lo malo que muchas veces nos envuelve y abrazando lo bueno y lo noble.
Abran su corazón como lo dice la Biblia: «Ensancha el sitio de tu carpa, y las cortinas de tus tiendas sean extendidas; no seas escaso; alarga tus cuerdas, y fortifica tus estacas. Deja salir lo que no te sirva, para darle cabida al amor, y el amor se encargará de ensanchar tu corazón» (Isaías 54, 2).
Cuando dejen volar la bondad que han escondido por años, que no han permitido salir para que no los lastime, cuando ya no estén presos de sus sentimientos y puedan dar y amar sin pensar si alguien los puede herir, entonces estarán listos para comprender que la vida es hermosa, que está llena de buenas oportunidades y que es diferente de la realidad que nos encierra tantas veces con sus mentiras. Empezarán a descubrir maravillas que antes eran incapaces de ver. Así podrán convertirse en el reflejo de bondad por todos ansiado. Solamente el amor tiene el poder de cambiarnos y fortalecernos.
Deseo que el año 2010 les traiga a todos un nuevo entendimiento sin la necesidad de sufrir, una vida diferente, un anhelo de verdad en el corazón y la comprensión de que sólo se vive una vez. Por eso, cuando esté en sus manos poner en práctica lo bueno, lo justo, lo amable, lo afable, háganlo: ¡ todo tiene una recompensa!
Con todo mi amor, deseo UN AÑO LLENO DE BENDICIONES PARA CADA FAMILIA
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