Un mismo tiempo, una misma oportunidad, dos frutos diferentes
Estaba leyendo la vida de Juan el Bautista para cerciorarme de algunos de sus acontecimientos. Juan estaba preso en un calabozo porque había profetizado calamidades al rey Herodes por ser amante de Herodías, la esposa de su hermano. Su cuñada, divorciada del hermano, se había casado con él. Y Juan, siempre que tenía la oportunidad, le decía al rey: «La ley prohibe casarse con la esposa de tu hermano». El día de su cumpleaños, Herodes hizo una fiesta para agasajar a los nobles. La hija de Herodías (quien guardaba rencor contra Juan el Bautista) entró y danzó, y agradó a todos los presentes. El rey le dijo: «Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino». La joven salió y le preguntó a la madre: «¿Qué pediré?» Y ella le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». Enseguida volvió a entrar y le pidió al rey: «Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista». Y así fue como murió Juan el Bautista (Marcos 6, 22-23
Después de leer la forma en que utilizó su tiempo y oportunidad la hija de Herodías, aconsejada por su madre, recordé a la reina Ester, en una situación similar. En la ciudad de Susa, capital de Persia, vivía un hombre llamado Mardoqueo, que pertenecía a la tribu de Benjamín y había sido capturado en Jerusalén y llevado al exilio junto con otros cuando Nabudoconosor era rey de Babilonia.
El rey Asuero, o Jerjes, despojó de sus honores a la reina Vasti por desobediente y mandó buscar doncellas al pueblo para elegir esposa. Ester, sobrina de Mardoqueo, fue la escogida, pero no dio a conocer su condición de judía. Años después Ester se enteró por su tío de la confabulación que Amán, el hombre más allegado al rey, estaba tramando para matar a todos los judíos de Susa. Mardoqueo le pidió a Ester que intercediera ante el rey para evitarlo, pero ella le contestó que era imposible, ya que todo aquel que entrara a ver al rey sin haber sido llamado sería sentenciado a muerte. El tío insistió, con estas palabras: «Tú sabes que no escaparás de la muerte, porque tú también eres judía». La muchacha sabía que si no obedecía, la nación de Israel moriría. Ella, por estar dentro del palacio, era la única que podía tratar de salvarla. Sólo se necesitaba su voluntad. Por eso pidió que oraran y ayunaran por ella durante tres días mientras se preparaba para entrar, aun a costa de su vida
Aconteció al tercer día que Ester se vistió con su vestido real y se puso de pie en el patio interior de la casa del rey, frente a la sala real. El rey estaba sentado en su trono real en la sala real, ante la puerta de la sala.Y sucedió que cuando el rey vio a la reina Ester, de pie en el patio, ella obtuvo gracia ante sus ojos. El rey extendió hacia Ester el cetro de oro que tenía en su mano, y Ester se acercó y tocó la punta del cetro. Entonces el rey le preguntó: «¿Qué tienes, oh, reina Ester? ¿Cuál es tu petición? ¡Hasta la mitad del reino te será dada!» (Ester 5, 1-3).
Finalmente, después de otros acontecimientos, el rey se dio cuenta de la maldad de Aman y lo hizo ahorcar junto con su familia. Como no podía revocar el edicto ya publicado en contra de los judíos, redactó otro, por el que les daba herramientas para defenderse y les indicaba en qué día iba a suceder la matanza.
La hija de Herodías y Ester vivieron una situación similar, en la que se les ofreció hasta la mitad del reino. Una decidió seguir los malos consejos de su madre y usar la ocasión para crear destrucción y muerte. La otra se dejó guiar por la voz del tío para salvar su nación.
Muchas veces Dios nos da a algunas personas la misma oportunidad con los mismos elementos, al mismo tiempo. Sin embargo, unas los usan para mal y otras para bendición . Al cabo de un tiempo, cada una verá su fruto, que, por supuesto, será muy diferente.
Nota: Hasta el día de hoy los judíos celebran el día de Purim. Para ello, en las sinagogas hacen ruido en medio de la lectura del libro de Ester. La gente vitorea el nombre de Mardoqueo y abuchea el de Amán
Maly de Bianchi |