Jesús dijo a sus discípulos que tendrían tribulaciones en esta vida
(Jn 16.33).
Muchas historias de la Biblia dan testimonio de esta verdad.

• Ana no podía concebir un hijo. Cuanto más tiempo pasaba sin que su
  anhelo de tener un hijo se cumpliera, más disminuía su esperanza.
  El dolor y la amargura se apoderaron de ella. (1 S 1.6-10).
• Pablo se vio atrapado en una violenta tormenta. El barco en el que
  navegaba había zarpado poniendo en peligro a todas las personas
  a bordo. Después de infructuosos esfuerzos por salvar el buque,
  todas tuvieron que nadar hasta la orilla para salvarse (Hch 27.11, 20).
• El resentido Saúl persiguió a David por todo el país, tratando de
  matarlo. En el Salmo 13.1, David se pregunta si el Señor lo había olvidado.

¿Cómo superaron estas personas esos sentimientos?
Las tres pasaron tiempo en oración.
Ana clamó a Dios, confesó su desdicha, y le pidió que le diera un hijo.
Cuando salió del templo, su rostro ya no estaba abatido.
Su esperanza volvió,  porque le confió a Dios su futuro.
Después de orar, Pablo testificó de Dios a los desesperanzados marineros.
Les dijo que se animaran, porque el Señor había prometido salvarlos.
David apartó su atención de sus circunstancias,
y la centró en el fiel amor de Dios (Sal 13.5-6).

La comunión con Dios puede vencer la desesperanza. La oración nos ayuda a
ver el amor que nos tiene el Padre celestial, al sacrificio del Hijo a nuestro
favor, y a la presencia tranquilizadora del Espíritu. Si confesamos nuestros
pensamientos pecaminosos, y estamos dispuestos a renunciar a los deseos
personales, el perdón y la paz serán nuestros.
Dr. Charles F. Stanley