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De: Perla (Mensaje original) |
Enviado: 13/07/2010 05:40 |
La clave para la paz permanente
PASAJE CLAVE: Juan 14.1
| LECTURAS DE APOYO:
Isaías 26.3; 48.22 | Juan 1.12;14.27;16.33 | Romanos 5.1, 10; 8.14-15
INTRODUCCIÓN:
¿Es posible tener verdadera paz?
Si el dinero parece esfumarse, si perdemos el
trabajo, si la adversidad nos acosa o si nuestra
salud se quebranta, nos es difícil tener la paz que
tanto anhelamos.Muchos esperan encontrarla en
placeres, riquezas, amistades, la fama o el éxito.
Es más, muchos creyentes siguen los mismos
pasos, solo para terminar en fracaso.
No obstante, hay una fuente inagotable de
paz sobrenatural y duradera. Como seguidores
de Cristo nosotros podemos experimentar la
serenidad que no depende de circunstancias,
ni de nuevos descubrimientos, ni de fórmulas
infalibles. El secreto para ese tipo de tranquilidad
sorprendente es entregarnos a nuestro Padre
celestial y así convencernos de que
. De esta
manera experimentamos la paz que el mundo
no puede dar, al someternos a su voluntad y
confiar en que Él suplirá lo que necesitemos
la paz con
Dios es fruto de nuestra unidad con Él
DESARROLLO DEL SERMÓN:
La paz sobrenatural que proviene de
Dios.
¿Acaso no hemos preguntado:“¿Dónde estás,
Señor? ¿Por qué no suples lo que necesito?” Aun
en medio de la adversidad, podremos disfrutar de
paz sobrenatural. ¿Cómo? Depositando nuestra
confianza en Cristo e implorándole que nos
conceda la seguridad y el apoyo que necesitamos.
La paz que Él ofrece no depende de los desafíos ni
de las victorias que logremos, sino de una de sus
características inalterables (Jn 14.1, 27).
El secreto para encontrar la paz radica en
entregar nuestras cargas al Señor. Filipenses 4.6-7
dice:“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas
vuestras peticiones delante de Dios en toda
oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de
Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará
vuestros corazones y vuestros pensamientos en
Cristo Jesús”. Este tipo de paz es perdurable, es
decir, no viene, ni se va, ni es alterada por las
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De: Perla |
Enviado: 13/07/2010 05:47 |
La paz
para con Dios.
Hay diferencia entre la paz
para con Dios y la paz de Dios. Antes de poder experimentar la plenitud
de la paz de Dios toda persona debe nacer de nuevo. En otras palabras, debe aceptar el perdón de sus pecados y someterse al control divino. La Biblia dice que todos los seres humanos, antes de creer en Cristo como su salvador, son “enemigos de Dios” (Ro 5.10), y que están muertos en sus “delitos y pecados” (Ef 2.1). Es posible que crean que Dios existe, pero se niegan a permitirle que gobierne sus vidas, por lo que actúan en contra de sus propósitos y solo al entregarse a Cristo obtienen paz genuina (Is 48.22).
Los que no lo hacen podrán experimentar felicidad, pero no el tipo de serenidad interna duradera.
Si alguno todavía no se entrega a Él, debe hacerlo y de esa manera recibirá el don de la salvación. Entonces llegará a ser hecho “hijo de
de Dios” en verdad (Jn 1.12). Como hijo o hija de Dios, será justificado por la fe y tendrá paz para con Dios (Ro 5.1; 8.14-15). Podrá, entonces,
aprender a vivir lleno de la paz que proviene de Dios (Col 3.15).
La paz
de
Dios.
Casi todos podemos mencionar detalles en nuestra vida que provocan tensión, angustia y desconcierto; algunos de ellos podemos controlarlos, pero otros no. No obstante, todo creyente verdadero puede disfrutar de calma y serenidad, pues el Señor dijo a sus discípulos:
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14.27).
En la actualidad muchos buscan soluciones para encontrar seguridad y aun algunos creyentes esperan que con el matrimonio, la intimidad sexual, la atracción física, la prosperidad o una carrera exitosa logren tener paz, pero nada de eso puede garantizar tranquilidad interna.
La paz de Dios no depende de circunstancias sino de la relación personal con Cristo. Al terminar sus conversaciones con sus discípulos en la víspera de su crucifixión, Él les dijo:“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16.33).
La paz sobrenatural depende de nuestra fe y de nuestra sujeción a Dios lo cual implica que nuestras decisiones cotidianas deben estar en armonía con Él. Recordemos que desde que nacimos de nuevo, el Espíritu Santo vive en nosotros a fin de habilitarnos para que nuestra vida sea agradable a Dios y entonces el mismo Espíritu produzca por medio de nosotros fruto, que incluya la paz (Gá 5.22), y nos capacite para tener gozo, amor y bondad. Gracias a su poder, tendremos también contentamiento ante cualquier infortunio. El Padre no nos promete una vida sin problemas, pero si mantenemos una relación estrecha con Él, su paz nos fortalecerá para no ser derrotados por la adversidad.
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De: Perla |
Enviado: 13/07/2010 05:49 |
Nuestra responsabilidad.
Por una parte, debemos apropiarnos de lo que
nos pertenece: el poder maravilloso de Dios
dentro de nosotros, mediante el Espíritu Santo.
Y por el hecho de ser hijos de Dios, ante el
desconcierto podemos echar mano de sus
promesas que nos ha entregado por esa misma
relación y su amor infinito.
Por otra, debemos enfocarnos en Dios y no
en el origen de nuestras tensiones. Una vez que
hayamos cumplido con nuestras obligaciones
debemos olvidar todo lo negativo y concentrarnos
en su poder y fidelidad al estar a nuestro lado
para orientarnos y sostenernos a cada momento.
CONCLUSIÓN:
Quizá la vida nos ha frustrado, nuestras
circunstancias parezcan incontrolables o creamos
que con un poco más de dinero o una nueva
relación, todo cambiará. Pero solo hay una fuente
de paz: nuestro Dios creador y sustentador del
universo.
Quizá, también, nos dobleguemos o intentemos
manipular cualquier situación adversa y así lograr
resolver nuestros problemas satisfactoriamente.
Pero debemos convencernos de que la paz
verdadera solo la encontraremos en Cristo. Él
nos conforta con su compañía, su sostén y la
seguridad absoluta de su paz inefable, pues es
el Príncipe de paz. Entreguémonos a Él y así
podremos enfrentar cada día con valor y paz
indescriptible que nos permita obtener la
victoria como nos lo ha prometido (Is 26.3).
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