Amados hermanos y amigos (a)
Hace muchos años había en nuestra congregación un miembro que estaba bastante comprometido con Dios, enseñaba en la Escuela Dominical, y era un excelente ejemplo para sus alumnos. Yo tenía muy buena opinión de él. Lamentablemente, cuando su hijo de tres años enfermó y murió, todo cambió. El hombre se resintió con Dios, con la iglesia, y con todos los que se cruzaban en su camino.
Es comprensible que la lucha de este hombre fuera grande.. ¿Quién puede soportar la pérdida de un hijo amado? Desafortunadamente, no supo cómo manejar los sentimientos de dolor y de pérdida que estaba experimentando, ni lo peligroso que era aferrarse a ellos, Por tanto, comenzó a caer en picada. Su vida se llenó de pesar, hasta que la misma terminó caracterizándose por la amargura y el resentimiento.
Este creyente perdió algo más que un hijo: perdió su vida, su salud, su efectividad para el reino de Dios, y sus amistades. Es por eso que Efesios 4.31 nos dice: Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia. Aunque es natural tener estos sentimiento, son muy destructivos cuando nos aferramos a ellos, y los alimentamos.
Esto no quiere decir que nunca experimentaremos disgusto, frustraciones o indignación genuinos como resultado de algunas amenaza, pérdida, injusticia o agravio. Experimentaremos estos sentimientos, y debemos reconocerlos. Pero si no los enfrentamos de una manera correcta, pueden hacernos mucho daño a nosotros mismos, y aún a las personas que amamos.
Por tanto, ¿cuándo fue la última vez que sintió enojo? ¿cómo lo manejó? ¿se deshizo de ese fuerte sentimiento? ¿O todavía alberga en su corazón? Si alguna herida, amargura, o resentimiento se han alojado en su vida, le desafio hoy a que reflexione de todo corazón en los siguientes pasos positivos como defensa contra esos desvastadores sentimientos.
Dr. Charles F. Stanley No se pierda la segunda parte...

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