Más allá del pesebre “Pues el Señor mismo les va a dar una
señal: La joven está encinta y va a tener un hijo, al que pondrá por
nombre Emanuel.” Isaías 7:14 En esta época del año el mundo
pareciera volverse un lugar más cálido y piadoso. Los corazones se
enternecen, hay más sonrisas en los rostros, una mayor predisposición a dar y
compartir crean una atmósfera que nos permite mirar al futuro con una inusual
esperanza.
Nuestras casas se llenan de símbolos que anuncian la llegada
de la Navidad, árboles navideños, cintas, velas, estrellas, todo apunta a que el
mundo se prepara para recibir algo.
Los infaltables pesebres se
dejan ver por todas partes, el niño envuelto en pañales en los brazos de María,
los pastores, los ángeles. Todos ellos nos relatan una historia que aun que
repetida nos sienta bien; algo en ese pesebre nos reconforta, una magia especial
se apodera de nosotros, nos abstrae de nuestra cotidianeidad y lleva nuestros
pensamientos a una dimensión diferente. No sabemos bien que es, pero algo nos
atrae, una promesa tal vez, una necesidad, una búsqueda.
La Nochebuena
por fin llega, los preparativos, la comida, la reunión con familiares y amigos.
Al menos por unos minutos el mundo deja sus quehaceres y levanta una copa en
favor de aquel niño. Es el momento cúlmine, nos abrazamos, intercambiamos buenos
deseos, una palabra de aliento, un “te quiero”, un perdón, una
mirada.
Con la misma velocidad con la que nuestro entorno se vistió de
Navidad, el Año Nuevo comienza a tomar protagonismo, pronto nos encontramos
recibiendo el nuevo año y mucho más rápido aún habremos vuelto a nuestra vida de
todos los días. A pesar de los festejos y regalos, del hermoso tiempo
compartido, un sentimiento extraño habla a nuestra alm a, de alguna manera nos
sentimos como un niño que esperaba encontrar algo más debajo del árbol, no
sabemos bien qué era, pero nos queda sabor a poco, nos habían prometido más y no
lo hemos recibido.
La cotidianeidad con sus responsabilidades y cargas
pronto se encargará de acallar ese sentimiento, la esperanza de recibir ese
algo se habrá esfumado dejándonos una vez más con las manos
vacías.
¿Será que el pesebre no nos relata toda la historia? ¿Será que
tanto preparativo nos ha distraído y no la hemos escuchado hasta el final?
El niño en el pesebre, frágil, inocente, ternura a flor de piel. Su
carita pequeña, María apenas la deja ver, lo arropa con ternura mientras duerme,
lo abraza con amor y lo alimenta. Desde el cielo el Padre lo contempla con
decisión, ese mismo rostro pequeño es el que un día tan desfigurado habrá
perdido toda apariencia humana.
De pronto el niño del pesebre se
convierte en alguien sin belleza ni e splendor, no había nada de atrayente en
él, varón de dolores, acostumbrado al sufrimiento.
El niño del pesebre
que todos queremos ver, es tratado como alguien que no merece ser visto. Sin
embargo, él estaba cargando con nuestros sufrimientos, estaba soportando
nuestros propios dolores, fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue
atormentado a causa de nuestras maldades. El castigo que sufrió nos trajo la
paz, por sus heridas alcanzamos la salud. Todos nosotros nos perdimos como
ovejas, siguiendo cada uno su propio camino. El Señor cargó sobre él la maldad
de todos nosotros. El niño vino a nacer para ser maltratado, para someterse
humildemente; y ni siquiera abrió la boca, lo llevaron como oveja al
matadero. Al niño del pesebre se lo llevaron injustamente y no hubo quién lo
defendiera, nadie se preocupó de su destino. Lo enterraron al lado de hombres
malvados, lo sepultaron con gente perversa, aunque nunca cometió ningún crimen
ni hub o engaño en su boca. (Fragmentos tomados de Isaías 52:13 al
53:12)
Lo que infructuosamente buscamos cada año debajo del árbol es lo
que el siervo justo de Dios vino a traernos. El pesebre no nos cuenta toda la
historia, tal vez sólo la parte que estamos dispuestos a escuchar.
Para
no quedarte esta Navidad con las manos vacías, permítete escuchar un poco más,
la historia completa es la que da sentido a la Navidad.
Dios ha preparado
algo, un regalo que cada año coloca debajo del árbol para ti. Si te fijas bien,
te darás cuenta que siempre ha estado allí, y aunque muchas Navidades ha quedado
sin abrir, el Dios de misericordia lo sigue colocando cada año para
ti.
No dejes que esta Navidad pase y se vaya dejándote otra vez con las
manos vacías, decídete a conocer al niño más allá de su pesebre y recibe lo que
ha venido a traer par ti.
“Y Jesús les dijo: - Yo soy el pan que
da vida. El que viene a mí, nunca tend rá hambre; y el que cree en mí, nunca
tendrá sed.” Juan 6:35
“Y nosotros mismos hemos visto y declaramos
que el Padre envió a su Hijo para salvar al mundo.” 1 Juan 4:14
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
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