Para muchos, iniciar un nuevo año representa un nuevo comienzo, la oportunidad de curar las
heridas, o una nueva oportunidad para rectificar. Otros podrán esperar el 2011 y preguntarse qué
aventuras y posibilidades traerá. Yo, personalmente, me alegro al pensar en lo que el Señor me enseñará
en las semanas y meses que vendrán, y en cómo tendré una relación más estrecha con Él.
Ninguno de nosotros sabe, por supuesto, lo que le deparará el futuro. Pero hay una cosa que usted y yo
sabemos con seguridad —tendremos que tomar muchas decisiones en los días que tenemos por delante.
Siempre estamos tomando decisiones en cuanto a la familia, el trabajo, las finanzas, y aun en nuestra relación
con el Padre celestial. La pregunta que debemos hacernos, si deseamos hacer del 2011 el mejor año posible
es: ¿Dónde encaja el Señor en las decisiones que tomamos?
La verdad es que nunca nos equivocaremos, siempre y cuando obedezcamos a Dios. Lo contrario
también es cierto —nunca obraremos bien si decidimos vivir en rebeldía contra Él. Vemos este principio
confirmado una y otra vez a lo largo de todas las páginas de la Biblia.
Por ejemplo, cuando el Señor libertó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, envió a Moisés para
que fuera su libertador y lo condujera a la tierra de sus padres en Canaán. Él prometió: “Yo os sacaré de la
aflicción de Egipto…a una tierra que fluye leche y miel” (Éx 3.17).
Pero cuando los israelitas llegaron a la frontera de la tierra que el Señor les había garantizado que
sería suya, tuvieron temor de tomar posesión de ella. Se concentraron en las consecuencias de desafiar a
sus habitantes, en vez de hacerlo en el poder y la fortaleza del Dios vivo, y por eso se negaron a entrar.
Su acto de desobediencia los mantuvo deambulando cuarenta años por el desierto, y les costó también
muchas vidas.
Cuando volvieron a la frontera de Canaán cuatro décadas más tarde, los israelitas estaban finalmente listos
para someterse a los planes de Dios. Obedecieron al Señor, y Él les dio la Tierra Prometida, tal como les había
dicho. Por eso, Josué proclamó con gratitud: “Reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra
alma, que no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de
vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado ninguna de ellas” (Jos 23.14).
Dr. Charles F. Stanley