De acuerdo con una antigua leyenda, un viajante se perdió en el camino y acabó preso en arena movediza. Confúcio vio la situación difícil del hombre y dijo: “Es evidente que aquél hombre debía quedar fuera de un lugar como ése”. Próximo a él, Buda observó la situación y habló: “Deje que su empeño sirva de ejemplo para lo demás del mundo”. Entonces, Maomé se aproximó al hombre que estaba ahondando y le dijo: “Ay, ésta es la voluntad de Dios”. Finalmente, Jesus apareció.
“Tome mi mano, hermano,” Él dijo, “y yo lo salvaré usted”. Sí, el Cristianismo es casi el único a tener un Dios Salvador.
Es claro que el texto arriba es apenas una leyenda. Mas, es verdad que nosotros, cristianos, tenemos el privilegio y la gran bendición de poder contar con un Dios Salvador, lleno de amor, que perdona nuestros pecados y transforma nuestras vidas, ofreciéndonos la oportunidad de vivir abundantemente aquí en este mundo y para siempre, con Él, en los Cielos de gloria.
Si enfrentamos dificultades en nuestra caminata, podemos contar con Su compañía y auxilio. Si nos sentimos solos y angustiados, Asegura que está a nuestro lado, como un Amigo verdadero e inseparable. Si nuestros días son nebulosos y tempestuosos, Él se presenta como nuestro Sol de Justicia.
En cualquier circunstancia Él está con nosotros y no nos abandona jamás. Él es nuestro Salvador. Si estamos perdidos, si estamos desanimados, si estamos ahondando en chascos, si estamos presos a infortunios, si estamos caídos y sin fuerzas, Él nos extiende la mano. Basta apenas que lo busquemos, que confiemos en Él, que lo recibamos en nuestros corazones. No tenemos un Dios que nos abandona y sí un Dios que nos ama y
cuida a nosotros 24 horas por día.