¿Alguna vez ha considerado el hecho de que el hombre es la única criatura creada por Dios que tiene que ponerse ropa para cubrirse? Todas las otras criaturas tienen sus propias vestiduras. A algunas les crece pelaje, a otras plumas o escamas o piel curtida. Pero todas se visten de adentro hacia fuera.

La mayoría de la gente no lo sabe, pero, al principio, el ser humano se vestía también de esa manera. El hombre fue hecho a la imagen de Dios. En Ezequiel 8:2, vemos que Dios se viste de fuego desde sus lomos hacia arriba y hacia abajo. Ese fuego es su gloria que emana hacia afuera desde su interior.

Cuando el hombre fue creado también era así. Adán estaba vestido con la misma gloria de Dios. Resplandecía desde su ser interior hacia afuera. Por eso no tenía conciencia de la desnudez hasta después que pecó y la gloria se alejó de él. Fue un día trágico cuando el hombre perdió esa gloriosa vestidura

Pero quiero que sepa algo. No está perdida para siempre. La Palabra de Dios dice que podemos recuperarla. Cuando pusimos nuestra fe en la sangre de Jesús y nacimos de nuevo, la gloria de Dios vino a morar otra vez más en nosotros. Quizá esté bien oculta ahora, pero créame, está ahí.

La Biblia dice que al mirar el rostro del Señor (cuando estudiamos su Palabra y estamos en comunión con Él) y al renovar nuestra mente para entender mejor quiénes somos en Cristo, nuestra imagen externa será también transformada a la imagen del Señor. Al aprender a escuchar la voz de Dios y obedecerle, comenzaremos a reflejar externamente la gloria que hay en nosotros. Poco a poco seremos transformado de adentro hacia fuera.

Tómese el tiempo cada mañana para contemplar a Jesús y meditar en su Palabra. Deje que Él lo vista con su presencia radiante. Una vez que la gloria del Señor comience a brillar en su vida, cualquier cosa que se ponga se le verá hermosa.