Querida mamá: Te marchaste cuando menos lo esperaba, en plena juventud. A partir de ese momento, nunca más volví a ser la misma: la vida me forzó a crecer de manera brusca.
Con tu marcha, se fue mi refugio y ya nada volvió a ser igual.
Tuve que madurar y asumir papeles que no me correspondían; la casa se me caía encima, papá se sentía solo y triste... yo sólo quería que el tiempo pasara para que curase mis heridas, pero los días se hacían eternos y no veía el fin del camino nunca.
La gente me decía: "el tiempo lo cura todo", pero a mi pesar, después de ocho años todavía siento con dolor tu pérdida y todavía me cuesta creerlo.
Sigo sintiéndome incompleta, sigo siendo yo, pero mi felicidad nunca será plena, porque me faltas tú.
A pesar de todo, pienso en ti cada día, y siento que has calado hondo en mí y que yo soy parte de tu proyecto de vida, y que pervives en mí.
Gracias mamá, por todas las cosas que me diste y me enseñaste, siempre estarás en mi corazón. Te quiero.
Por Inmaculada Casas