Golpes purificadores
Ella se rindió sin reservas a la voluntad del Señor, y casi inmediatamente su consagración fue probada por una serie de golpes demoledores que servirían para purificar las impurezas de su naturaleza. Sus ídolos fueron destruidos uno tras otro, hasta que todas sus esperanzas, alegrías y ambiciones se concentraron en el Señor, y él comenzó entonces a usarla poderosamente en la edificación de su reino.
Su belleza, la mayor causa de su orgullo y conformidad con el mundo, fue el primer ídolo en ser derribado. El 4 de octubre de 1670, cuando tenía poco más de 22 años, el golpe cayó sobre ella como un relámpago del cielo. Jeanne cayó víctima de la viruela, en su forma más violenta, y su belleza desapareció casi por completo.
“Pero la devastación exterior fue equilibrada por la paz interior”, dice ella. “Mi alma se mantuvo en un estado de contentamiento mayor del que puede ser expresado.” Todos juzgaban que quedaría inconsolable. Mas lo que dijo fue: “Cuando estaba en cama, sufriendo la privación total de lo que había sido una trampa para mi orgullo, experimenté un gozo indescriptible. Alabé a Dios en profundo silencio”. También afirmó: “Cuando me recuperé lo suficiente para sentarme en la cama, pedí que me trajesen un espejo, y satisfice mi curiosidad mirándome en él. Ya no era más lo que había sido. Vi entonces que mi Padre celestial no había sido infiel en su obra, sino había ordenado el sacrificio en toda su plenitud”.
El ídolo siguiente, entre los que más amaba, fue su hijo menor, a quien era muy allegada. “Este golpe”, dice, “hirió mi corazón. Me sentí derrotada. Sin embargo, Dios me fortaleció en mi debilidad. Yo amaba tiernamente a mi hijo; mas, aunque estuviese perturbada con su muerte, vi la mano del Señor tan claramente que no pude llorar. Lo ofrecí a Dios, y exclamé con las palabras de Job: “El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito”.
En 1672, su muy amado padre murió, y ese mismo año falleció también su hijita de tres años. Siguió luego la muerte de Genevieve Grainger, su amiga y consejera, y no tuvo ya ningún apoyo carnal a quien apegarse en sus pruebas y dificultades espirituales. En 1676, su marido, que se reconciliara con ella, fue de la misma manera alejado por la muerte. Como Job, ella perdió todo lo que más amaba en el mundo; mas comprobaba que el Señor permitía esas cosas para quebrantar su voluntad y su orgulloso corazón. Percibió nítidamente la mano del Señor en todas esas circunstancias, y exclamó: “¡Oh admirable conducta de mi Dios! No puede haber guía, ni apoyo, para quien tú llevas a las regiones de las tinieblas y de la muerte. No puede haber consejero, ni sustento para el hombre a quien tú has señalado para completa destrucción de su vida natural”. Por “destrucción de la vida natural”, ella quería significar el aniquilamiento de la carnalidad y del egoísmo.
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