Hace alguno años, me senté a cenar con mis dos hijos. Ya eran mayores de veinte años en ese momento, y lo suficientemente maduros para hablar abiertamente acerca de nuestro pasado juntos. Yo quería estar seguro de que no hubiera algún conflicto sin resolver entre nosotros, ningún resentimiento por algo que yo hubiera hecho, que pudiera afectar nuestra relación o la manera como me recordarían.
Mientras comiamos, pregunté si existía algo que los había estado agobiando durante estos años, esperando que tomaran unos minutos para reflexionar al respecto. Pero cada uno tenía una respuesta preparada de inmediato. Hablamos de lo que recordaban de mis errores y de la herida que les había causado, así que algo maravilloso comenzó a suceder; mientras hablamos de ello, estábamos siendo sanados gracias al poder del perdón.
Piense en su pasado. ¿Hay algunas heridas que ha estado llevando? ¿Le vienen a la mente ciertos nombres o caras cuando piensa en los agravios que ha sufrido? No importa quién sea usted o cuánto tengas —ya sea famoso o desconocido, rico o pobre— nunca será feliz ni tendrá paz ni contentamiento si alberga un espíritu rencoroso. Aferrarse a los resentimientos es como decir: "Le echo llave a mi celda de castigo, me ato las manos y los pies, y endurezco mi corazón, porque no quiero tener una vida plena". Usted nunca vivirá libre o plenamente mientras se niegue a ocuparse de las raíces de su amagura.
Efesios 4:32 dice: "Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo." Perdonar a los demás no es fácil; hacerlo con amor es aun más difícil. Sin embargo, como creyentes, estamos llamados a recorrer el camino del perdón.
Con las herramientas adecuadas y en el poder del Espíritu Santo, usted puede perdonar cualquier agravio que haya sido cometido en su contra. Si toma el perdón seriamente, su vida cambiará —créame. Las personas que le conocen le preguntrán qué sucedió. Usted podrá decirles: "Salí de la prisión; ya no tengo cadenas. Por fin soy verdaderamente libre."
Dr. Charles F. Stanley
Para las heridas del corazón es el bálsamo del perdón la mejor médicina. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas. Marcos 11:25,26 Comprende que Dios perdona nuestros pecados como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. Incorpora el perdón de los demás a tus oraciones diarias como un ejercicio de disciplina cotidiana. Dios te bendiga,
Ministerio Mujeres en Victoria Somos siervas de Dios que trabajamos por la restauración integral del Cuerpo de Cristo y especialmente en la restauración de la mujer en todas las áreas
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