La oración
La última arma citada por el apóstol Pablo es la oración. Esta última muestra la actitud fundamental que
el cristiano debe tener para ser capaz de utilizar todas las piezas de la armadura y de
practicar lo que representa.
En la entera conciencia que el poder, la sabiduría y la dirección no se hallan sino sólo en Dios, el cristiano en
todo tiempo puede volver al trono de la gracia y elevar sus súplicas (Hebreos 4:16). Así será guardado y mantenido
en presencia de Dios, los ojos puestos en él y el corazón libre de toda inquietud. El único medio para él es
permanecer por encima de las circunstancias y realizar su posición en los lugares celestiales. Cuanto más lo
acaparan sus ocupaciones terrenales, tanto más debe cultivar esta relación de oración continua con el Señor.
La oración es el barómetro infalible de la dependencia del creyente. Esa dependencia, la manifestó el Señor
mismo en perfección durante su vida en la tierra. Le gustaba retirarse para permanecer en oración con Dios
durante muchas horas (Hebreos 5:7-8; Marcos 1:35; Lucas 6:12). Dijo: “Mas yo oraba” (Salmo 109:4). Pablo
y los otros apóstoles fueron hombres de oración. Lo mismo ocurría con Epafras (Colosenses 4:12), así como
con tantos otros siervos del Señor. Es el secreto del éxito en el servicio y de la perseverancia en
los dolores y los sufrimientos.
Una buena utilización de la armadura hace que el cristiano sea capacitado para el servicio para con los demás;
entonces su oración no se limita a sus necesidades personales, sino que se extiende a todos los creyentes y
siervos del Señor, por las perseverantes intercesiones; “velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos
los santos; y por mí” (Efesios 6:18-19). Así pues, la oración en común no sólo concierne a la obra del Señor aquí
abajo, sino que también nos lleva al combate en los lugares celestiales.
Es necesario que las cosas sean así; porque los creyentes son uno, la obra es una obra común, y Satanás es un
enemigo común. Conforme a esto, la Iglesia es presentada en la epístola a los Efesios como un cuerpo:
“un cuerpo, y un Espíritu” (4:4). Si verdaderamente combatimos el combate como nos es expuesto en el capítulo 6,
ciertamente no nos olvidaremos de orar con perseverancia por todos los creyentes y por toda su obra. Por este
medio, en cuanto a nosotros dependa, guardaremos la unidad del Espíritu, manteniéndonos alejados de todo aquello
que la perturbe, frustrando todo intento del enemigo.
¡Que el Señor nos dé a todos la gracia de permanecer conscientes de nuestra posición celestial y que, revestidos
de toda la armadura de Dios, libremos el combate que tiene lugar en los lugares celestiales! “Porque aún un
poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe” (Hebreos 10:37-38). ¡Cuando estemos
cerca del Señor, ya no estará el enemigo en el cielo y no necesitaremos más armadura ni armas!