LA LUZ PREVALECE
“También les dijo: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? 22 Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz. 23 Si alguno tiene oídos para oír, oiga.” (Marcos 4: 21-23)
1. Cada verdadero cristiano es llamado a ser luz
“También les dijo: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?
La luz sirve para alumbrar, y por ello ha de ponerse en un lugar que permita que sus rayos se dispersen por todo el espacio posible, de manera que sea efectiva esa luz.
Somos llamados a ser luz.
No estamos en esta vida para pasarlo lo mejor posible, y ya está.
Esta vida no es principio y fin de nada. Aún y así es importante lo que hagamos en esta vida.
No estamos aquí para vivir conforme a nuestros sueños, deseos, ambiciones, convicciones personalistas; ni como simples religiosos, poniendo el listón conforme a nuestra medida humana.
Estamos aquí para satisfacer el corazón de Dios.
Sólo podemos satisfacer el corazón de Dios, si vivimos conforme a Su propósito, y así, conforme a Su gracia para de ese modo hacer Su obra:
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2: 10)
En ese sentido, estamos en esta vida para ser luz a todo y a todos.
La luz disipa las tinieblas, que es lo escondido, lo oculto, lo secreto, lo malvado, lo estéril, lo pecaminoso. El maligno actúa así. La manera de combatir al enemigo y su fruto de muerte y destrucción del alma, es siendo verdadera luz.
Jesús es la Luz. Si ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí, entonces yo soy luz en este mundo:
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mateo 5: 14)
No es que se nos haya encomendado el destruir la maldad de este mundo, sino que al ser luz en este mundo, todo quede expuesto.
Dios quiere que haya una “raza” de hombres que marquen una absoluta diferencia en esta vida. Esa “raza” somos nosotros, los cristianos. Ese es el propósito de la Iglesia en este mundo. Al ser testimonio de Cristo (Hchs 1: 8), somos luz, la cual revela todo.
Pero para ser luz, hay que vivir en luz:
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