PERSECUCIÓN Y EVANGELIZACIÓN
(Mateo 10: 22-24) “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre. El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor.”
(Hechos 8: 1; 4-8) “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles... Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. 5 Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. 6 Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. 7 Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; 8 así que había gran gozo en aquella ciudad.”
A raíz del martirio de Esteban, la iglesia de Jerusalén sufrió una persecución sin precedentes, que obligó a los hermanos a abandonar la ciudad e ir a otros lugares; “y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria”
Lo asombroso de todo esto, es que, lejos de amilanarse, cobraron valentía e “iban por todas partes anunciando el evangelio”.
¿Por qué Dios permitió esa persecución, la cual no tenía precedente hasta ese momento?
Esa pregunta tiene varias respuestas. Una de ellas, es que el mismo Señor Jesucristo, y a advirtió que “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16: 33)
Cristo no nos prometió que en esta dispensación de la gracia, todo iba a ser un camino de rosas, sino más bien todo lo contrario.
Vemos en Matthew Henry:
“Cristo había predicho que Jerusalén sería pronto un lugar demasiado difícil para sus seguidores, pues dicha ciudad era famosa por matar a los profetas y apedrear a quienes le eran enviados”
No obstante, la razón obvia además de esta descrita, es otra también. Veámosla en el siguiente punto.
1.El acomodamiento de los creyentes atrae la persecución
(Hechos 2: 44, 45; 4: 334, 35) “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”
El judío, tanto helenista como hebreo, que se convertía a Cristo, no iba a pasar ninguna necesidad por falta de comida o de techo en ese tiempo en Jerusalén. Sabía que en ese sentido iba a tener las espaldas cubiertas.
Sin por nuestra parte menospreciar en modo alguno el acto altruista de ayudar a los demás, en el más puro sentido del amor cristiano, cabe señalar que la actuación que hemos leído tiene también su contrapartida.
Aunque no nos lo dice directamente la Escritura, podemos entrever que aquellos cristianos primeros, pasado un tiempo, podían relajarse en su fe (ya que en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Ro. 8: 24).
Lo tenían prácticamente todo – en cuanto a lo imprescindible – y eso podía generar un sentir acomodaticio, un hacer “comunidad cerrada”, un centrarse en sí mismo y despreocuparse de la necesidad exterior a Jerusalén, en este caso, en cuanto al Evangelio de salvación.
Ellos llegaron a tenerlo todo: el Evangelio, y el fruto material del mismo también, pero se iban despreocupando en ser testigos ya no en Jerusalén, sino en “toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hchs. 1: 8).
Es fácil acomodarse – es una tendencia muy humana – y llegar a ser “feliz” en tu pequeña comunidad, despreocupándote de los de afuera.
Dios tuvo que permitir una persecución para que los hermanos salieran de su comodidad rutinaria y fueran dispersados, y así llevar la Palabra de Cristo por doquier.
© Miguel Rosell Carrillo
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