El idioma del corazón
Pecado es una palabra que nunca está lejos de nuestros pensamientos. Lo vemos a todo nuestro alrededor. Y debido a que vivimos en un mundo caído, a veces nuestras debilidades nos vencen. Caemos una y otra vez, y volvemos a levantarnos solo para tropezar con las mismas tentaciones otro día más. El pecado, al parecer, es un compañero constante en esta vida. Y, lamentablemente, uno que nosotros no estamos siempre dispuestos a desechar. Se dice, a menudo, que pecar es “errar el blanco” —una definición que se deriva de la palabra griega amartia— del mismo modo que un arquero falla el tiro al blanco. Esto se aplica a los actos de inmoralidad o a otras transgresiones de los mandatos de Dios. Nos referimos en plural a estos hechos al parecer aislados como “pecados”, pero hay otro sentido en que usamos la palabra: como un diagnóstico de la condición de la humanidad desde la caída de Adán (Gn 3). Entendemos que pecado en la forma singular, es el estado en que no somos capaces de participar de, y ser alimentados por, la vida de Dios.
Pero si hemos recibido el regalo de la salvación del Señor, y se nos ha dado una nueva naturaleza (Ef 4.17-24), ¿por qué seguimos teniendo luchas?
Charles Stanley
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