Rodear la ciudad Cuando una situación parezca irremediable, debemos recordar que Dios simplemente se está preparando. por Jamie A. Hughes Espero que no se me considere rara por decir esto, pero me encanta ver explosiones. Probablemente es porque de niña prefería jugar con niños varones que disfrazarme de princesa. Era inquieta, por decir lo menos, y manejaba con destreza cohetes y luces de Bengala de manera creativa y peligrosa (para disgusto de mis padres). Incluso ahora, aunque he madurado, todavía me deja boquiabierta ver demoliciones controladas. Los expertos utilizan unos explosivos bien colocados, y ¡bum! —lo que había sido una vez un edificio macizo colapsa en segundos, pero deja intactas las estructuras vecinas. No debería ser ninguna sorpresa, entonces, que una de mis historias favoritas de la Biblia sea la batalla de Jericó —en la que, como dice el antiguo himno, “los muros se cayeron, aleluya”. Pero el estruendo no es la parte más impresionante de la historia. Ese momento tiene lugar antes del asombroso y polvoriento clímax de la caída. Se produce en el comienzo mismo de la historia, cuando el Señor le dice a Josué: “Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra. Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días… y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad (Jos 6.2-4). Muchas traducciones utilizan la palabra “marchar”, pero “rodear” significa algo más que simplemente “moverse o caminar alrededor”. Rodear algo significa tomar la totalidad del mismo, comprender o captarlo mentalmente. Y eso fue lo que Dios le pidió que hicieran —que rodearan esos muros con sus ojos muy abiertos, y estudiaran detenidamente lo que enfrentarían. ¿Por qué razón? Porque según dicen todos los relatos, los muros eran un espectáculo para la vista, una verdadera maravilla de ingeniería de la Edad del Bronce. Según el Dr. Bryant G. Wood, un arqueólogo bíblico, Jericó estaba construida en la parte superior de una colina y “rodeada por un gran terraplén, con un muro de contención de rocas en su base. Este muro tenía casi 6 metros de altura, y encima de éste estaba un muro de ladrillos de adobe de casi 2 metros de espesor y 6 metros de altura. En la cima del terraplén estaba otro muro de ladrillos parecido, cuya base estaba aproximadamente a 14 metros por encima del nivel del suelo fuera del muro de contención”. En esencia, el ejército de Israel estaba mirando un muro que tenía más o menos la altura de un moderno edificio de seis pisos, en el que cada piso estaba adosado herméticamente al otro, y rematado con un enorme número de hombres dispuestos a mantener al ejército de Israel fuera de la ciudad.
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