Ilumina mis ojos con la verdadera luz, a fin de que no permanezcan cerrados en el sueño eterno por temor de que mi enemigo pueda decir que le he aventajado. En tanto que el Señor esté conmigo, no tendré que temer la maldad de mis enemigos. ¡OH, dulcísimo Jesús!, Conservadme, ayudadme, salvadme. Qué sólo el pronunciar el nombre de Jesús toda rodilla se doble, tanto celeste como terrestre y como infernal, y que toda lengua publique que Nuestro Señor Jesucristo goza de la gloria de su Padre. Así sea.
Sé perfectamente y ni siquiera lo pongo en duda, que el día en que invocaré al Señor, en aquel mismo instante seré salvado. Dulcísimo Señor Jesucristo, Hijo amado del Gran Dios vivo, que habéis hecho tantos y tan grandes milagros por la sola fuerza de vuestro preciosísimo nombre y habéis enriquecido abundantemente a los indigentes, puesto que, ante El y por la sola virtud, los ciegos veían, los sordos oían, los mudos hablaban, los leprosos se veían sanos, los enfermos curaban y los muertos resucitaban; porque tan pronto como se pronunciaba tan dulcísimo nombre, el oído se sentía encantado y rejuvenecido y la boca llena de cuanto hay de más agradable en este mundo, y con sólo pronunciarlo y todas las tentaciones, aún las peores, desaparecían; todos los demonios huían y todas las enfermedades eran curadas: todas las disputas y luchas de la vida, los mismo las de la carne como las del diablo se disputaban, sintiéndose el alma llena de todos los dones celestiales. Porque cualquiera que invoque el Santo Nombre de Dios será salvado; este Santo Nombre, sí, pronunciado por el Angel, antes de que Jesús fuera concebido en el seno de la Santa Virgen, y que será alabado y ensalzado por los siglos de los siglos. Amén
CON AMOR ANGELICAL!
Glo