Frente a la tradición gringa del “Halloween”, la costumbre de recordar a los muertos se mantiene viva. Aquí en el sur del país, es una tradición que se resiste a morir.
En Acapulco, se conjugan ambas tradiciones, la del “Halloween” que se convierte en motivo de fiesta para los discotequeros de la franja costera y la espiritual, la divina, el Día de Muertos propia de México, y más propia de los estados del sur.
Esta entidad suriana cuenta con 8 regiones que mantienen sus usos y costumbres recordando a los seres queridos que han abandonado el mundo terrenal. Sin embargo, en colonias populares los niños salen vestidos de brujas, brujos y con una calabaza de plástico en mano, para pedir dinero en los semáforos al grito de “¡Queremos Halloween!... queremos Halloween!”.
De acuerdo con las creencias ancestrales, ellos no se han ido, estos días, el 1 y 2 de noviembre vienen a comer y a disfrutar las delicias que comían y bebían de cuando estaban vivos.
Aquí es amplio el mosaico de las celebraciones: En La Montaña Baja, (Chilapa y Tixtla), se colocan coloridos altares adornados con cempazúchitl, con comidas picantes y mezcal como marca la costumbre que se remonta de mucho antes de la época de la conquista.
Las familias creyentes del día 1, (los muertos chiquitos), adornan sus altares con lienzos color blanco, coronas multicolores y cadenas de cempazúchitl que serpentean el altar de muertos.
Hojas del oloroso cempazúchilt se colocan desde el copal de incienso hasta la puerta de la casa, para anunciar el camino que deben seguir los muertitos para que puedan llegar al altar.
Se trata de darles de comer a los angelitos. Dulces, calabazas, atole blanco y chocolate espumoso, tamales rojos, y dulces, y refrescos de cola por si los tomaban.
Para el día 2, el Día de los Muertos Grandes, ya se coloca el mezcal, tequila, mole rojo y verde, así como cigarros y cervezas al gusto.
En ambos días y por la noche, se reza a los fieles difuntos y a todos los santos. Para entonces, se coloca el huentli (altar de muertos), la noche del 31 de octubre.
Mientras algunos celebran el “Halloween”, los guerrerenses mantienen firme y viva la costumbre del Día de Muertos colocan sus altares con coronas de flores ya sea naturales o de plástico y pan de muerto, de acuerdo con el número de muertos de la familia.
La variación en los adornos de los altares será según la región: En Costa Chica, adornan el altar con hojas de plátano; en Acapulco y Costa Grande, colocan arcos de palapa de coco; en la región Centro y Montaña Baja, colocan santos y la Virgen de la Dolorosa en primer plano, para propagar la creencia de que es la doliente principal de sus hijos que se han ido.
En la Montaña, los altares van de la mano con el incienso extraído del ocote, de los pinos, tan natural en esta región fría.
En la Región Norte y Tierra Caliente, los altares contienen incienso, pan, y la comida preferida del difunto, además colocan tumbas representando la forma en la que falleció.
El incienso, humo equiparable al espíritu de los muertos que se han ido y regresan, su olor cautiva para la oración, para la reflexión.
Se colocan bolitas de goma que son su esencia sobre un molcajete y que al calor del rojo vivo, durante el rezo, se baña de humo alrededor del altar.
La familia de los difuntos, ya ha colocado pan de muerto y las coronas así como las comidas que gustaba el difunto, cuya foto va al centro del altar y allí pueden colocarse las fotos de los abuelos, padres, y nietos y bisnietos si fuera el caso.
Afortunadamente, esta tradición del Día de los Muertos se mantiene más viva que nunca.
A pesar de que hay migrantes que se van de sus pueblos a buscar trabajo en el campo y la ciudad no se olvidan de sus tradiciones pues regresan dos semanas antes de celebrarse el Día de Muertos para empezar los rosarios, los preparativos de los altares y también ir al panteón a limpiar la tumba de su muerto.
Los panteones mantienen sus puertas abiertas para que las familias convivan con sus muertos por la noche del 1 de noviembre y puedan llevarle hasta sus tumbas alimentos, postres y bebidas.
Son fechas cuando los panteones lucen limpios llenos de flores, veladoras y el ruido de la gente que va a visitar a sus seres queridos e incluso se escucha hasta el cantar de algunos mariachis que son contratados para llevar la serenata.
Tradición que ha estado creciendo.
Que viva nuestros muertos en Guerrero.