“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.
(Jn 1,1-18)
Dios era la palabra y la palabra se hizo carne.
En la Palabra había Vida, y la Vida era la luz de los hombres.
Cuanto más profunda es la tiniebla
más necesaria, pero también más patente se hace la luz.
Si descorres las tupidas cortinas de tu ego, aparecerá la luz.
Iluminará tu ser y todo lo que te rodea quedará también iluminado.
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