Siempre había anhelado vivir la experiencia
de manejar un velero solo en el mar, al observarlos
desde la orilla me emocionaba ver su suavidad,
la vela henchida al viento me transmitía
una experiencia única de libertad, Además de tener
la sensación de ser solamente la embarcación
y yo, me hacía pensar en la fuerza de conducir
por uno mismo la propia vida como único responsable
de su propia libertad para dirigirse a donde uno mismo decida.
Y la oportunidad se presentó
en un día maravilloso, con un fuerte viento que
garantizaba una veloz trayectoria, le pregunté
al encargado por alguna embarcación disponible
y me ofreció un catamarán que al parecer era
el más rápido, por supuesto le informé de mi
inexperiencia para navegar, su explicación fue
tan simple y sencilla que no vi obstáculo alguno
para lograrlo, y de inmediato me hice a la mar y
efectivamente tomó una velocidad extraordinaria,
después de dos horas de navegación mar adentro
empezó el sufrimiento cuando intenté regresar,
las velas se me enredaban, y en lugar de retornar
me alejaba aún más, después de batallar con el
mar, las cuerdas y las velas; no tuve más
remedio que pedir auxilio a una embarcación
que milagrosamente pasaba, la cual me
remolcó al punto de partida, por supuesto
reclamé al encargado: "No podía regresar,
pues los vientos estaban en mi contra,
usted no me indicó nada al respecto". A lo cual
sencillamente me contestó: Cuando los vientos
están en contra, usted debe saber manejar las velas.
Con lo cual comprendí que uno no puede manejar la
dirección del viento, pero sí las velas y asimilé que
ante la adversidad uno debe desarrollar la habilidad
de convertir los problemas en oportunidades.