DOMINGO DE RAMOS
Con el recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalem
comenzaremos la Semana Santa.
Estamos ya entrando a la Semana Santa.
En efecto, este Domingo de Ramos se da inicio formal a la
Semana de la Pasión de Jesús. Su persecución y condenación
a muerte ya se había estado planeando desde antes, pero la
revivificación de Lázaro en Betania,
a poca distancia de Jerusalén que era el centro del poder civil
y religioso,
fue la gota que colmó el vaso, hasta tal punto que inclusive
consideraron
dar muerte también a Lázaro.
La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que precisamente hoy
recordamos, fue un impresionante recibimiento, pues la población
lo aclamó como el Mesías, el esperado por tanto tiempo por el pueblo
de Israel.
Esta aclamación de Jesús por la mayoría del pueblo fue ciertamente provocada por el apoteósico milagro realizado pocos días antes:
el haber vuelto a la vida a un muerto ya sepultado y en franco
proceso de deterioro.
Hoy, Domingo de Ramos, además de recibir las palmas benditas,
la Liturgia nos introduce en los detalles de la Pasión de Cristo.
En efecto este año leemos la Pasión según la narra
San Lucas (Lc. 22, 14 - 23, 56).
Meditar la Pasión del Señor es siempre un ejercicio
muy provechoso
para nuestra vida espiritual.
Y resulta más provechoso cuando podemos personalizar
los efectos de la Pasión, cuando podemos percatarnos
de que cada sufrimiento de Jesús fue por mí y para mí.
Caer en la cuenta de que yo personalmente estuve en el corazón
y en la mente de Cristo en esos momentos es muy conveniente
para aprovechar las gracias de redención que emanan de la Pasión
salvadora de Jesús.
Parece que así lo reconoce San Pablo cuando escribe en
primera persona:
“me amó a mí y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 5, 2).
Y se entregó al extremo, de manera que su cuerpo mortal quedó
vacío de toda sangre y agua, al punto de que sus huesos podían
verse y contarse a través de su piel (Sal. 22, 18).
Valga esto para resumir los sufrimientos físicos extremos que
padeció por cada uno de nosotros ... (personalicemos) por mí,
para salvarme, para pagar mi rescate.
Y, como leemos en la Primera Lectura, los sufrió sin quejarse
en ningún momento. “No he opuesto resistencia ni me he echado
para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla
a los que me tiraban de la barba. No respondí a insultos y salivazos ...”
(Is. 50, 4-7).
Pero quedan también los sufrimientos morales ...
¡En qué medida también los sufrió! Para muestra, como introducción
basta con detenernos en la oración en el Huerto de los Olivos,
la noche antes de su muerte. ¡Qué sufrimiento tan atroz,
pues esa noche pudo vislumbrar en qué consistiría su Pasión
y Muerte! Podemos decir que sufrió su pasión por anticipado.
Allí Jesús,
escondida su divinidad, en oración ante su Padre, siente la angustia
horrorosa de su próxima muerte en el mayor de los sufrimientos.
La medida de su dolor debe haber sido la misma medida de su amor.
Y su Amor es infinito, sin medida. Pensemos solamente en que
por su divinidad -aunque medio escondida en estos terribles
momentos-
Jesús podía conocer todas las ofensas que nosotros los seres
humanos habíamos hecho y habríamos de hacer a Dios desde el
principio del mundo hasta el final. Como
El cargó con todas nuestras culpas, deseaba entonces reparar
por nuestros pecados ante el Padre y que así quedaran satisfechas
todas nuestras ofensas.
El ofendido era Dios; los ofensores, humanos.
Sólo Dios-Hombre podía repara tal ofensa.
La falta a un ser Infinito por parte de nosotros los seres humanos,
requería una satisfacción infinita que sólo Jesús,
Dios y Hombre verdadero, podía dar.
A esta carga se unía el que, dado su infinito Amor por cada
uno de nosotros, le invadía una mayor tristeza aún por vernos
ofendiendo al Padre. La agonía no quedaba allí, sino que a esto
se agregaban nuestros desagradecimientos y falta de
correspondencia a todos estos sufrimientos suyos.
El ver que ¡tantos! desperdiciarían los indescriptibles tormentos
que El padecería en su inminente Pasión y Muerte, pudo haber
sido la mayor causa de esa agonía.
¡El desprecio nuestro a su amor y a su entrega tiene
que haber sido insoportable!
Tal fue el sufrimiento que tuvo que venir un Ángel para animarlo
en su oración. ¿Qué misterioso consuelo traería el Ángel a su Dios?
Algunos han especulado que, ante la angustia por todos los que
desperdiciarían las gracias de redención, el consuelo angélico
pudo haber sido el haberle recordado los muchos que sí se
salvarían por su sufrimiento. De allí que, nuevamente,
por tercera vez, Jesús repite:
“Padre, si es posible que pase de mí esta prueba,
pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Modelo de oración para todo momento: en alegrías
y en tristezas,
en las dificultades y cuando no las hay, para uno mismo
y para los demás. Modelo de oración para poder cumplir
la petición que hizo
a sus Apóstoles esa noche:
“Velen y oren para no caer en tentación”.
Tomado de la red
|