Un anciano muy pobre se dedicaba a sembrar árboles de mango. Alguien le dijo: ¿Cómo es que a su edad se dedica a plantar mangos? ¡Tenga por seguro que no vivirá lo suficiente para consumir sus frutos!
El anciano respondió apaciblemente: Toda mi vida he comido mangos de árboles sembrados por otros. ¡Que los míos rindan frutos para quienes me sobrevivan!
Habitamos en un universo en el que todo y todos tienen algo que ofrecer. Los árboles dan, los ríos dan, la tierra y el sol y la luna y las estrellas dan. ¿De dónde, pues, esa ansiedad por tomar, recibir, amasar, juntar, acumular sin dar nada a cambio?
Todos podemos dar algo, por pobres que seamos. Podemos ofrecer pensamientos agradables, dulces palabras, sonrisas radiantes, conmovedoras canciones, una mano firme y tantas otras cosas que alivien a un corazón herido. Más que dinero, lo que el mundo necesita es amor y simpatía. Pareciesen palabras de un cuento del interior del campo o de nuestros abuelitos, pero llevan consigo una verdad simple, aun vigente y que debe ser hábito de nuestro diario vivir y perdurar siempre!!
A/D
PETUNETS
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