La sexta regla para mantener a un marido feliz dice: “Arregla a los niños. Cepíllales el cabello, lava sus manos y cámbiales la ropa en caso de ser necesario. Son sus pequeños tesoros y él los quiere ver relucientes”.
Ante todo este ítem nunca debería haber sido necesario, en la historia de la humanidad, de una forma u otra, salvo las excepciones malévolas de todas las épocas, las madres se han hecho cargo de sus hijos, más aún no porque el padre lo exija tanto o pretenda verlos relucientes, sino porque las madres siempre se ocupan de sus pequeños y por carácter transitivo, los limpian, peinan, acomodan, pretenden que huelan bien y nunca se ensucien.
Es más en la época en que este texto fue escrito existía una distancia entre padre e hijos, los niños solían temerle a la autoridad paternal y se lo veía a este hombre como el portador de los bienes de la familia, el que impartía castigos y a quien había que obedecerle sin dudar porque su palabra estaba igualada a la de Dios. Y la verdad es que si los deseos del padre tenían que ver con la pulcritud de sus infantes era más por una regla de urbanidad que por una preocupación amorosa.
La frase célebre manifiesta “…son sus pequeños tesoros y él los quiere ver relucientes”, sinceramente suena a que sus hijos son parte de su colección de autitos antiguos, por ende es necesario que brillen como si vivieran dentro de una cajita de cristal durante las 24 horas del día. Y la verdad es que mantener a los niños modositos e impecables no es una tarea fácil y a pesar de que en aquella época la realidad de la niñez era otra y el control se ejercía a través del miedo y las palizas, eso no era certeza de que se mantendrían impecables a la espera del progenitor.
Por último, salvo que los niños fueran muy pequeños lo de lavarlos, encerarlos y dejarlos lustrosos era una tarea que no necesariamente la madre tenía la obligación de hacer, con un par de órdenes todo se podría haber resuelto…
Cómo no entender el feminismo y las revoluciones de las mujeres si el día que dijeron basta a tanto dictado masculino tiraron la casa, el marido, la familia y los platos por la ventana, por cierto los hijos impecables…