Hoy quise hallar la verdad en tu mirada. Una lágrima resbaló por tus mejillas e inundó mis pensamientos.
Y no supe qué decir... Pero allí estabas —la mirada aún más turbia que tus ojos—, mortalmente acongojada. Y tu sonrisa de otrora —más pura que tu sonrisa, más radiante que tu boca— se dibujó en una mueca de incierta y profunda burla.
Y no supe qué decir... Pero allí estabas, con tus ojos apagados y la razón esquivada. Y tu impiedad chapaleaba como un náufrago en la espera del madero milagroso.
Y no supe qué decir... pero te dejé marchar, dejando mis sueños rotos, mis anhelos destrozados y mi vanidad sin calma.