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Pilar Sinués
A mi lira
¿Por qué te abandoné? ¿Por qué, inclemente, plácida y dulce compañera mía, no te acaricio ya, cual otro tiempo, y te dejo olvidada tantos días? Yo te encontré en el valle una mañana de la copa de un árbol suspendida y, al verte, me detuve a contemplarte con mi inocente candidez de niña. Una paloma de color de cielo en las ramas de un árbol se cernía y llevabas la frente coronada de blancas y rosadas campanillas. De improviso sentí de dulce llanto inundarse mis cándidas pupilas y al corazón en mi inocente pecho con extraño latir se estremecía. Y era con sus alas la paloma acarició tus cuerdas peregrina y un sonido lanzaron que a mi alma diérale un mundo de contento y vida. Vi entreabrirse los cielos: los querubes, que el trono de la Virgen circuían, entonaron un himno de amor lleno que mi entusasta corazón bebía. Éxtasis fue que reveló a mi alma que hay otro mundo de ventura y dicha; y a la madre de Dios vi que, risueña, entre nubes al valle descendía. Desprendióte del árbol, en mis manos púsote al fin con celestial sonrisa y me dijo con voz que desde entonces en el fondo quedó del alma mía: 'Ésta es tu compañera: para siempre consérvale tu amor, niña querida, y no desprendas de tu frente humilde esa corona de altivez sencilla. Toda la dicha que en tu alma cabe te la ha de dar tu enamorada lira; ecos de bendición son sus acentos o dulces ecos de alabanzas mías.' Dijo, y desapareció: su voz celeste yo escuché proternada de rodillas y, al alejarme, te tomé en mis brazos como a una tierna y cariñosa amiga. Cuando la tenue luz de las estrellas me trajo el sueño arrulladora brisa, suspendida quedaste de mi cuna y mi sueño encantó tu compañía. Cambióse mi destino: a todas partes conmigo te llevé, mi dulce lira, y en ti buscaba mi consuelo sólo si el dolor me agobiaba o la vigilia. De duelo y de pesar eran tus ecos de mi vida en las páginas sombrías y con ecos de amor y de esperanza celebrabas, alegre, mi sonrisa. Mas luego te olvidé: que me dijeron que el mísero metal compra la dicha y oíste al oro, en estridentes sones, qu de tu casta sencillez reía. Por eso enmudeciste: yo en malhora, atenta a contemplar el ansia impía con que corren los míseros humanos a gozar el festín que llaman vida, de ti me separé, vi tu corona a mis plantas caer seca y marchita y te quedaste, encanto de mis ojos, silenciosa, olvidada y abatida. ¡Ay! ¡También mi corona de ilusiones la dura suerte convirtió en ceniza y el loco mundo, que miraba ansiosa, mi triste frente coronó de espinas! Y allí en la cabecera de mi lecho, tú me has visto doblar la sien herida; tú me has vistollamar tiempos mejores y me has recogido las plegarias mías. Hoy me vuelvo a tu amor: ingrata he sido, ingrata para ti, mi dulce amiga; pero yo te prometo para siempe en el alma guardar tus melodías. Horas serán de afán las que consagre al rudo empeño de ganar la vida: las horas de dolor serán la prosa; las horas de placer, la poesía. Vivirás para mí en amor santo volveremos a estar por siempre unidas, que sólo con amor pagar podemos los dones que los cielos nos envían. Cantemos a las madres y los niños; cantemos del amor la luz bendta; cantemos la virtuad, la paz del alma, y Dios recogerá nuestra armonía. Y en vez de la corona que perdiste cuando te abandoné, mi pobre lira, en tu frente pondré ul nevado velo que mi frente ciñó cuando era niña. Y entre el tenue tejido de su gasa brotarán los amores, las sonrisas, y de la infancia los halagos puros que irán a acariciar tu sien marchita. Cuando juntas cantemos, en sus pliegues dejarásme ocultar con alegría y detrás de mi velo de inocencia quedarán las tormentas de la vida.

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