Del lavadero
Es el patio angosto de la cuartearía; es el corto espacio donde en formación las mujeres lavan todo el santo día, bajo la techumbre de una galería que ni al agua escapa ni a la luz del sol. Es la fiebre intensa del austero agosto; el sol va a fundirse, trepando al cenit; el jabón fermenta dentro el seno angosto del balay añejo, cual lo hiciera el mosto dentro de la cuba do sangró la vid. ¡Jóvenes mujeres, del deber esclavas, cumplen afanosas con su gran deber, y a pesar dcl astro que vomita lavas, todas encorvadas, sumisas y bravas, sudan, lavan, sudan, ¡qué vamos a hacer! ¡Es la ingente lucha por el cotidiano blanco pan de trigo para el pobre hogar! Goce de la blanda siesta el soberano mientras ellas sudan bajo el meridiano por la gran conquista del mísero pan! Vestidas de andrajos, como pordioseras, con trajes añejos que probando están con las numerosas trizas volanderas, flameantes al aire (como las banderas cuando jironadas) que no pueden más; Son las elegidas, las desheredadas; ¿qué otra cosa esperan del querer de Dios? Por la noche rezan todo resignadas, y si el gallo canta por las madrugadas ¡miran, las conformes, todas encorvadas, que hace ya un momento fermentó el jabón! Y el bregar comienza con los resplandores del fulgor primero del orto del sol; y haya malos días y haya días peores, que por sobre penas, fiebres y dolores, ¡el pan no se ablanda si falta el sudor! Y en el corto espacio de la cuartearía, ni una sola frase de inconformidad: risas y palabras llenas de alegría, desde que con ellas se despierta el día, hasta los comienzos de la oscuridad. Rostros satisfechos, boca sonreída, frentes inclinadas, ceño natural: ¡cuánta mansedumbre bajo tanta herida! chistes, cantos, risas, himnos a la vida, bajo tanta pena, bajo tanto mal. Sus manos expertas, cuánta pieza fina para las señoras lavan sin cesar; enaguas de seda, rica muselina; ¡género elegante que llegó de China, cuyo importe alcanza para un mes de pan! Rica vestimenta de la gran señora que derrocha perlas en superfluo ajuar, que en el rico alcázar la virtud ignora; y la mano esquiva de la lavadora que el honor no ostenta sobre el anular. Cuándo podrán ellas, las desheredadas, adornar sus cuerpos con un lujo tal; ellas que sumisas, todas encorvadas cantan con el gallo por las madrugadas y a sudar comienzan al primer cantar. Tanta vida noble, tal virtud austera, tanto buen ejemplo de resignación, ¿no tendrá su pago? Quiera que no quiera que lo tenga, el cielo, cada lavandera ruega sólo al cielo que haya un bravo Sol; que al señor agrade su trabajo amigo, que a la ropa blanca no haya que pedir; lo demás, no importa....; ¡que haya pan y abrigo, que no falte lumbre, que no falte trigo; ¡lumbre, para el rancho; pan, al chiquitín!...
FEDERICO BERMÚDEZ Y ORTEGA
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