El idílico 18
Ya por los inicios del dieciocho tu talle tenía el grácil vaivén del junco mecido por el céfiro de la tarde y mencionar tu nombre era beber de una fontana fresca.
Tu imagen inspiraba a demócratas de rumbosos borsalinos que te abordaban bajo la lumbre mortecina de un solitario farolillo a kerosén, para abrumarte con su porfiado repertorio de promesas y con versos memorizados en la calcinante angustia de la espera.
Integraban todos ese denso enjambre de ruidosos moscardones que ancalaron sus canciones y su soledad frente a tu ventana, para entregarte sus serenatas febriles y el sosiego del corazón vulnerado por una tristeza incurable.
Esos noctámbulos canoros, que con sus continuos requiebros imprimieron en tu porte una deliciosa arrogancia, durante largas noche toledanas rondaron tu taciturno silencio con la esperanza de que en un tardar no muy lejano sus penas de amor dejaran de ser una alondra que parte al extravío.
Samuel Cárdich
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