Ahora que trajina a sus anchas
y por toda la casa se siente con fatiga su presencia que pone de más a menos la vida cotidiana, uno tiende a preguntarse: ¿cómo llegó hasta aquí el dolor?, ¿siguiendo qué indicios halló el desvío más ligero, la ruta de llegar?
Que recuerde, nadie ahora último hizo mención a su existencia para suponer que nos oyese, y dándotese por aludido se instalara aquí, mal venido como es, a buscar asilo, refugio seguro en esta casa. Uno se pregunta aquello viéndolo llegar de modo repentino y como conducido de la mano por un ser avieso, que señalando nuestra casa con el índice, le hubiese dicho: allí es.
Y aún siendo de raíz humana el dolor, uno no puede dejar de interrogarse al verlo llegar de mal talante y portando sus maletas, con la intención oscura de hacernos una larga compañía.
De las muchas casas que hay en las inmediaciones, ha elegido a esta sola. Pequeña y hecha así con el fin de que viviesen juntas dos o tres personas, a lo sumo, para no alejarse mucho entre ellas y llamarse cuando la otra comience a hacerle falta. Una casa con espacio para vivir estrechamente unidos por el alma, tratándonos de tú a vos, con diminutivos, para que la alegría nos gobierne a su arbitrio.
Mas de pronto llega con su humanidad obesa el dolor y lo que antes era holgado para tres, ahora resulta muy estrecho. Escaso el aire, angosto el ancho camino del vivir.
Samuel Cárdich
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