Alabado sea Jesucristo…
Los valores se nos presentan como pautas de nuestra actuación, los valores son una guía de nuestro comportamiento. Representan aquello por lo que merece la pena luchar y que, si no somos personas indiferentes, apáticas o débiles, haremos todo cuanto podamos para conseguirlos. Como las brújulas, los valores marcan el norte, un norte que ejerce en nosotros cierto magnetismo y que, a la vez, nos muestra un camino valioso. Y como las brújulas, los valores son bipolares, tienen dos vertientes o polos: un polo positivo y un polo negativo. El polo positivo es propiamente el valor; el polo negativo es un antivalor o un disvalor: un mal, una injusticia que conviene evitar. No tener valores quiere decir estar a merced de los vientos, no tener puntos de referencia, ir perdido.
¿Por qué hacemos nuestros determinados valores y no otros? Una persona asumirá el valor de la elegancia y el de la libertad, otra, el de la objetividad y la democracia, una tercera, la seguridad y la solidaridad. Ciertamente, los valores se aprenden, los valores se transmiten y se contagian de unos a otros; nuestra brújula para ir por la vida la hemos construido poco a poco y con nuestro esfuerzo. Afortunadamente, los humanos estamos equipados con herramientas que nos permiten valorar los valores, afinar nuestra brújula…
¿Cómo anda tu brújula?