Yo había mirado los cocoteros y los tamarindos y los mangos, las velas blancas secándose al sol el humo del desayuno sobre el cielo del amanecer y los peces saltando en la atarraya
y una muchacha vestida de rojo que bajaba a la playa y subía con el cántaro y pasaba detrás de la arboleda y aparecía y desaparecía
y durante mucho tiempo yo no podía navegar sin esa imagen de la muchacha vestida de rojo y los cocoteros y los tamarindos y los mangos...
me parecía que sólo existían porque ella existía y las velas blancas sólo eran blancas cuando ella se reclinaba con su vestido rojo y el humo era celeste y felices los peces y los reflejos de los peces
y durante mucho tiempo quise escribir un poema sobre esa muchacha vestida de rojo y no encontraba el modo de describir aquella extraña cosa que me fascinaba y cuando se lo contaba a mis amigos se reían
pero cuando navegaba y volvía siempre pasaba por la isla de la muchacha de vestido rojo hasta que un día entré en la bahía de su isla y eché el ancla y salté a tierra y ahora escribo estas líneas y las lanzo a las olas en una botella
porque ésta es mi historia porque estoy mirando los cocoteros y los tamarindos y los mangos las velas blancas secándose al sol y el humo del desayuno sobre el cielo y pasa el tiempo y esperamos y esperamos y gruñimos
y no llega con las mazorcas la muchacha vestida de rojo.