LAS MANOS Y LA ROSA.
Estaba triste la rosa; finísimas gotas parecidas al rocío brotaban de su corola y rodaban a raudales por sus pétalos, algunas se deslizaban a lo largo del tallo y quedaban colgando de las espinas antes de caer sobre la tierra.
Lloraba la rosa y se acentuaba poco a poco la palidez de sus pétalos. Evocó el jardín que antes habitaba, convertido ahora en un páramo sombrío; rememoró con nostalgia las manos que antaño la acariciaban con ternura mientras ella les clavaba sus espinas, tan hondo, que llegaban casi siempre al corazón, retribuyendo con dolor el beso de las manos.
Recordando el pasado, se conmovió el alma de la rosa y sus lágrimas de plata colorearon de nieve la púrpura que todos admiraban.
Pasó el tiempo y la soledad de la rosa fue tan grande que inclinó su tallo buscando la tierra para descansar definitivamente. Mas fue descubierta en la distancia por las manos que la amaban y, antes de concluir su último suspiro, volaron junto a ella y besaron suavemente su corola, se deslizaron por los pétalos amarillentos, por las hojas ya marchitas; con infinita tristeza, no exenta de amor, acariciaron las espinas.
Se estremeció la rosa y su rubor fue tan intenso que se irguió roja de emoción. El cáliz de la flor devolvió a las manos la caricia, haciendo desaparecer las huellas dolorosas del pasado; resurgieron entonces el amor y el perdón. Se besaron las manos y la rosa, y por influjo del amor, se produjo la metamorfosis del erial transformándose en jardín.
Admirados, los enamorados elevaron al cielo los ojos cubiertos de lágrimas, descubriendo que habían brotado en el espacio millones de rosas similares y se había convertido el universo en paraíso.
José Miguel Simón.