Sergio, mi primer amigo.
- ¿Mamá, puedo ir a lo de Sergio?
-Un ratito nomás, tenés que hacer los deberes.
Todas las tardes contestaba que si y con la afirmación comenzaba esa inevitable sensación en el estómago.
Unos débiles espasmos que no eran dolorosos, sino como cosquillas adentro de las tripas.
Nunca supe si eran provocados por el café con leche y el pan con manteca devorados con urgencia o tenía algo que ver la bruma marina que soportábamos durante las siete cuadras que separaban la escuela del hotel donde vivía.
Con la punta de los dedos todavía llenos de azúcar me desesperaba por pedir permiso. Y cada vez que mi mamá decía¨ bueno¨ o ¨ un ratito ¨ me pasaba lo mismo.
Era fugaz, como el tiempo que tardaba en llegar a su casa, cruzar el baldío, rodear la ligustrina, abrir la tranquerita y golpear las palmas de las manos hasta que aparecía él como un ángel milagroso que ahuyentaba todos los males. Decía hola y el revoltijo desaparecía.
Ahí estaba el pibe rubio de piel blanca con su sonrisa pronta y tentadores mofletes para el pellizco. Esa cara luminosa tenía sus distingos: la frente cruzada por un flequillo casi triangular que terminaba entre las cejas y una cicatriz en el pómulo izquierdo.
Sergio era rengo y más petiso que yo, aunque se esforzara por hacer punta con su pie sano.La única vez que pregunté me dijeron que fue una moto Pumita que le pasó por encima. Nunca le mencioné el accidente, no quería verlo sufrir.
Generoso donde no sobraba nada, se reía con estruendo y tosía. Abría los ojos como quien ve un rey mago cuando llegaba con mi camión de ruedas gigantes.
En la escuela su guardapolvo siempre lucía opaco al lado del mío. Creo que me daba bronca. Teníamos sólo 6 cumpleaños. El último los festejamos juntos, el mismo día. El mío. con torta y chocolate. En su casa, con cascarilla y tortas fritas. A los 7 , cuando me eligieron el mejor del grado, él aplaudía con ganas. Al otro año me mudé y me dieron la infausta noticia. Una complicación, nunca supe de qué, se lo llevó para siempre.
Sergio fue el primer amigo del que yo tenía memoria. Aún recuerdo sus ojos melancólicos, como diciendo ¨ pronto me voy a ir ¨ , pero nunca advertí que pudiera suceder.
Más de cuatro décadas después tengo ganas de decirle que está en cada uno de ls amigos posteriores y preguntarle cómo festejan allá arriba. Y , si por casualidad, se cruzara con mi viejo y con el nono, que reserven mesa con tiempo porque si es como aquí abajo hay mucha demanda.Y confesarle que aquella sensación en el estómago de vez en cuando se repite y sólo la presencia de un amigo logra disiparla.
Roberto Luzardi.