El beso de buenas noches.
Todas las noches, cuando tomaba mi turno de enfermera,
caminaba por los pasillos del asilo de ancianos y me
detenía en cada puerta para conversar y observar.
A menudo Kate y Chris se encontraban con sus grandes
álbumes de fotografías sobre las rodillas, evocando sus recuerdos.
Kate me mostraba sus viejas fotos con orgullo: Chris,
alto, rubio, bien parecido; Kate bonita, de cabello
oscuro, riendo. Dos jóvenes amantes que sonreían con el
paso de las estaciones. ¡Qué bien se los veía juntos,
mientras la luz de la ventana brillaba sobre sus cabellos
blancos y sus rostros arrugados sonreían frente a los recuerdos
atrapados y mantenidos para siempre en esos álbumes!
"¡Qué poco saben los jóvenes del amor!", solía pensar
yo. Qué tonto creer que tienen el monopolio de tan
preciosa mercancía.
Los ancianos saben qué significa realmente amar;
los jóvenes sólo pueden adivinarlo.
Mientras los miembros del personal cenaban, Kate y
Chris pasaban de vez en cuando delante de las puertas
del comedor, caminando lentamente, tomados de la mano.
La conversación giraba a partir de entonces en torno del amor
y la devoción de la pareja, y se especulaba
acerca de qué sucedería si uno de ellos muriera.
Todos sabíamos que Chris era el fuerte y que Kate
dependía de él. "¿Cómo funcionaría Kate si a Chris le
tocara morir primero?", nos preguntábamos con
frecuencia.
El momento de ir a la cama estaba precedido por un
ritual. Cuando yo llegaba con los medicamentos para la
noche, Kate se encontraba en su silla, con su camisa de
dormir y sus pantuflas, esperándome. Bajo la mirada
vigilante de Chris y de la mía, Kate tomaba su pastilla.
Luego Chris, con gran cuidado, la conducía de la silla
a la cama y acomodaba el cobertor alrededor de su
cuerpo frágil.
Al observar este acto de amor, por milésima vez me preguntaba:
Dios mío, ¿por qué los hogares de
ancianos no tienen camas dobles para las parejas
casadas? Durante toda su vida habían dormido juntos,
pero en el asilo se supone que dormirán en camas
separadas. De repente se los despoja del consuelo de
toda una vida.
"Qué medidas tontas", pensaba mientras observaba
cómo Chris se estiraba para apagar la luz colocada
encima de la cama de Kate. Luego se inclinaba
con ternura y se besaban dulcemente. Chris le daba
unos golpecitos en la mejilla y ambos sonreían.
Levantaba la baranda de la cama de Kate, y sólo
entonces aceptaba sus propios medicamentos.
Cuando yo salía al pasillo, le escuchaba decir a Chris:
"Buenas noches, Kate", y ésta respondía:
"Buenas noches, Chris", de un lado al otro de la
habitación que separaba sus dos camas.
No fui al asilo por dos días. Cuando regresé, la
primera noticia que recibí al entrar fue:
-Chris murió ayer a la mañana.
-¿Qué pasó?
-Un infarto masivo. Sucedió muy rápido.
-Cómo está Kate?
-Mal.
Entré a la habitación de Kate. Estaba sentada en su
silla, inmóvil con las manos en el regazo, mirando
fijamente. Tomé sus manos entre las mías > y le dije:
-Kate, soy Phillis.
Sus ojos no se movieron; continuaban fijos. Puse mi
mano bajo su barbilla y volví su cabeza con suavidad,
para que se viera obligada a mirarme.
-Kate, acabo de saber lo de Chris. Lo siento.
Al escuchar la palabra "Chris", sus ojos regresaron a la
vida. Me miró fijamente, perpleja, como si se
preguntara cómo es que yo había aparecido de súbito.
-Kate, soy yo, Phyllis -repetí-. Siento mucho lo de
Chris.
El reconocimiento y el recuerdo anegaron su rostro.
Las lágrimas desbordaron sus ojos y corrieron por sus
ajadas mejillas.
-Chris ya no está -susurró.
-Lo sé -dije-, lo sé.
Mimamos a Kate durante un tiempo. Le permitimos
comer en su cuarto, la rodeábamos de atenciones
especiales. Luego, poco a poco, el personal la
habituó de nuevo a su antigua rutina. A menudo,
cuando pasaba por su habitación, la veía sentada en su
silla, con el álbum en el regazo, mirando con tristeza
las fotografías de Chris.
El momento de irse a la cama era la peor parte del día.
Incluso cuando se aprobó su petición de trasladarse a
la cama de Chris, y aun cuando todos conversaban y
reían con ella mientras la acomodaban para la noche,
Kate permanecía en silencio, tristemente retraída.
Cuando pasaba por su habitación una hora después,
la encontraba despierta, mirando el techo.
Las semanas transcurrían y el ritual de la hora de
acostarse no mejoraba.
Kate parece tan intranquila, tan insegura. "¿Por qué?",
me preguntaba yo.
"¿Por qué en este momento del día más que en los otros?"
Una noche, al entrar a su habitación, de nuevo la
encontré completamente despierta. Llevada por un
impulso le dije:
-Kate, ¿es posible que te haga falta tu beso de las
buenas noches?
Me incliné y besé su arrugada mejilla.
Fue como si hubiera abierto una compuerta.
Le corrieron las lágrimas; sus manos asieron con
fuerza las mías.
-Chris siempre me daba un beso de buenas noches
-me dijo sollozando.
-Lo sé -susurré.
-¡Lo extraño tanto! Todos estos años me dio un beso de
buenas noches..
-Se interrumpió mientras yo le secaba las lágrimas.
-No puedo dormirme sin su beso.
Levantó los ojos hacia mí, llenos de gratitud.
-Gracias por darme un beso -manifestó. Una pequeña
sonrisa se insinuó en las comisuras de sus labios.
-¿Sabes? -agregó en tono confidencial-.
Chris solía cantarme una canción.
-¿De veras?
-Sí -asintió con su cabeza blanca-. Y de noche
permanezco despierta y pienso en ella.
-¿Cómo era?
Sonrió, tomó mi mano y se aclaró la voz, debilitada por
los años pero aún melodiosa. Entonó:
Entonces bésame, dulce amor, y separémonos.
Y cuando esté demasiado viejo para soñar,
Este beso vivirá en mi corazón.
Phyllis Volkens.