La Basílica de Guadalupe, un templo religioso, en donde millones de peregrinos se reúnen el 12 de diciembre para celebrar el día de la nuestra señora de Guadalupe. Festejo que comparten orgullosamente todos los mexicanos y que ya se ha vuelto una tradición en nuestro país. Quién diría que en este sagrado lugar pueda ser origen de una famosa leyenda que han vivido en carne propia, una gran cantidad de visitantes que acuden a este lugar.
Cuenta la leyenda que al caer la noche y mientras todas las personas duermen a los alrededores de la Basílica de Guadalupe, aparece una mujer vestida de blanco que lleva en sus manos una vela encendía y que deambula por los corredores y escaleras para dirigirse a la nueva Basílica. Al llegar al lugar, el extraño fenómeno, al parecer un fantasma, se posa sobre el altar del recinto para hacer oraciones y antes de retirarse deja como ofrenda la vela encendida, para luego desaparecer misteriosamente.
Lo más curioso del asunto, es que según testigo, así llueva o haya un fuerte viento, la vela que lleva la mujer no se apaga. Tal vez esto sea producto de la imaginación de las personas que lo han presenciado o simplemente se trate de una alma en pena que no descansa y se encuentra cumpliendo una tarea que no logró hacer en vida propia. Muchos dicen que esta manifestación paranormal se ha visto rodeada de muchos mitos y leyendas mexicanas.
De lo que si estamos seguros es que esta aparición solo queda en misterio que solo un puñado de personas lo han presenciado.
La leyenda del Caleuche se origina en los pueblos pescadores en el archipiélago del sur de Chile. Se dice que el barco fantasma, El Caleuche, a veces se les aparece a los marineros en la mitad de una tremenda tormenta, brillando con una luz blanca espeluznante y creando una calma momentánea. El marinero que ve el Caleuche sabe que está condenado ya sea a una tumba en el fondo del mar o a ser parte de la tripulación del barco fantasma.
Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios: - Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir? tan pequeño e indefenso como soy. - Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando y que te cuidará. - Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso basta para ser feliz. - Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz. - ¿Y cómo entender lo que la gente me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres? - Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar. - ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo? - Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás hablarme. - He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá? - Tu ángel te defenderá más aún a costa de su propia vida. - Pero estaré siempre triste porque no te veré más Señor. - Tu ángel te hablará siempre de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado. En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo pero ya se oían voces terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos sollozando... -¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre!. ¿Cómo se llama mi ángel? - Su nombre no importa, tu le dirás: mamá
Los mocovíes, indígenas del norte argentino, conocen un helecho llamado Iobec Mapic, al que muchos confunden con un árbol, por que tiene un gran porte y puede llegar a los 2 metros de altura.
Dice la leyenda que cuando Cotaá (Dios) creó el mundo hizo esta planta para que alimentara al hombre; la planta se expandió rápidamente y fue de gran utilidad para la humanidad que la consumía agradecidamente.
Neepec (el diablo), sintió envidia de ver lo útil que era esta planta y se propuso destruirlas a todas, de la forma en que fuese necesario y posible.
Se elevó por los aires y fue a las salinas más cercanas, llenó un gran cántaro con agua salada y los arrojó sobre las matas con la intención de quemarlas con el salitre.
Fue entonces que las raíces absorbieron el agua; la sal se mezcló con la savia y las hojas tomaron el mismo gusto.
Cotaá triunfó una vez más porque la planta no perdió su utilidad, ya que con ella sazonan las carnes de los animales salvajes y otros alimentos..
Huenchula era la esposa del rey del mar.Vivía con él hacía un año.
Acababa de tener a su hija, y quería llevarla a casa de sus abuelos, en tierra firme.
Iba recargada, porque además de su bebé traía muchos regalos.
Su esposo, el Millalobo, los enviaba para sus suegros. Era una disculpa por haber rapatado a su hija.
Huenchula tocó a la puerta de la cabaña. Desde que le habrieron, hubo un alboroto de alegría. Palabras superpuestas a los los brazos.
Risas lagrimeadas.Frases interrumpidas.
Los abuelos quisieron conocer a su nieta.Pero estaba cubierta con mantas.
Huenchula les describió cada una de sus gracias.Les hizo escuchar sus ruiditos.No los dejó verla.
Sobre su hija no podían posarse los de ningún mortal.
Los abuelos entendieron.Esta nieta no era un bebé cualquiera.Era la hija del rey del Mar. Por lo tanto, tenía carácter mágico y la magia tiene leyes escritas.
Pero cuando su hija salió a buscar los regalos y los dejó solos con la bebé, por un ratito nomás, los viejitos se tentaron.
Se acercaron a la lapa que servía de cuna de su nieta y levantaron apenas la puntita de las matas para espiar. Total, ¿qué podía tener de malo una miradita?.
La beba era como el mar en un día de sol.Era un canto a la alegría.
No querían taparla de nuevo, ni sacarla de su vista. En eso regresó Huenchula, vió a su hija y gritó.
Bajo la mirada de sus abuelos la pequeña se había ido disolviendo, convirtiéndose en agua clara.
Huenchula se llevó en la lapa las mantas , y a su bebé de aguita.
Se fué llorando a la orilla.
En el mar volcó despacito lo que traía.Luego se zambulló y nadó entre lágrimas y olas hasta donde estaba su marido, que la esperaba calmo y profundamente amoroso.
El Millalobo la tranquilizó.
_¿Por qué no miras hacia atrás?
Ahí estaba la PINCOYA, su hija. El mar la había hecho crecer de golpe.
Era una adollescente de cabellos dorados, con el mismo encanto de un bebé estrenando el mundo.
Desde entonces, la Pincoya habita en el mar, con apariencia adolescente y bonita.
Es un espíritu benigno.
Cuando una barca de pescadores es atrapada en una tormenta, la que apacigua los ánimos es la Pincoya.
Cuando hay problemas lejos de la costa, la que ayuda a encontrar el rumbo es la Pincoya.
Cuando alguien naufraga, lo rescata la Pincoya.
Acompañada de sus dos hermanos, La Sirena y el Pincoy, se asegura de que los náufragos regresen a sus hogares con vida.
Pero a veces, hasta ellos tres llegan tarde.
Entonces, toman los cuerpos sin vida y los llevan suavemente hasta el Caleuche, el buque fantasma habitado por los hombres que nunca abandonarán el mar.
Las noches de luna llena, son noches de promesa.
La Pincoya, vestida de algas, baila en la orila.
Si baila de espaldas al mar, habrá escasez de pesca.
Si baila frente al mar, habrá abundancia de peces y mariscos.
Y si alguien tiene la suerte de verla bailar, esa persona tendrá magia en su vida.
En
nuestra cultura un personaje muy conocido lo es el Bacá. Según las
creencias de quienes admiten su existencia, es un ser exigente que
requiere de quien lo posee enormes sacrificios, entre ellos la entrega
hasta de personas de la familia, por eso, la enfermedad o muerte de un
miembro de la familia a quien se le atribuye la posesión de tal ente, es
siempre considerada como obra de éste y no por la disposición de quien
lo regula en el mundo.
A este personaje, el Bacá, las personas le dan vida ya sea en un gato
negro, un perro, un toro o cualquier otro animal, que cuida algún
terreno, ganado, casa o negocio de una persona que busca prosperidad.
Las
historias cuentan que el Bacá le da prosperidad a la persona, pero que
si esta falla en el acuerdo con ese personaje termina suicidándose o
muriendo misteriosamente.