La inquiedtud del ser humano.
No paraba de darle vueltas a su cabeza, se estaba adentrando en un mundo de miedos y de pozos negros que no llegaban sino a un sinfín de inquietudes y desesperaciones.
Necesitaba poner en práctica su mente, analizar cada punto de sus necesidades, deshojar sus pensamientos y autoanalizarse por completo.
Si no lo hacia de esa manera nunca lograría saber que es lo que pretendía de su existencia y que metas deseaba llevar a cabo,
Y la única manera que se le ocurrió para intentar organizar su mundo fue hacer sus maletas y caminar sin rumbo ni destino.
No sabia que se encontraría por el camino ni a que tipo de personas hallaría pero algo en su corazón le decía que estaba a punto de resolver ese algo que siempre le faltaba en su vida, lo que nos impulsa cada día a levantarnos y desear que llegue el día siguiente.
Pasaron años y años y ese pasajero seguía igual con sus miedos y con sus inseguridades.
Un día se levantó de su cama y se vio con muchos años y solo, y le abordó una gran soledad, una gran tristeza.
Tal vez esperaba de la vida lo que nunca le pudo dar, sin darse cuenta de que le ofrecía, él lo rechazaba constantemente, él sólo pretendía navegar hacia un rumbo complicado y egoísta.
Puede que la mano del amor nunca le rozase la piel, o que él tampoco sintió el estallido del amor…,
pues sólo estaba ocupado tratando de buscarse a él mismo.
Murió sin saber lo que la vida le regaló.
Lunay.