La llama de una vela disipa la oscuridad. Cuando su llama se une a las de otras velas, el resplandor ilumina todo lo que las rodea. Así como la llama de la vela original no disminuye, la energía del Espíritu tampoco disminuye al ser compartida. Al irradiar la luz de Dios en mí, ésta baña con su resplandor a las personas a mi alrededor. Hago resplandecer la luz de la paz, el amor y el gozo de Dios.
Cuando comparto mi gozo por las bendiciones de la vida, mi energía inspira a otros y hace que su luz resplandezca. La luz pasa de una persona a otra, bendiciendo todo lo que toca. Al compartir mi luz, sé que estoy haciendo una diferencia ayudando a iluminar el sendero de los demás.