Antes del umbral y antes de la ruta, aguardo, aguardo al que camina recto y avanza recto mejor que agua y fuego.
Viene a causa de mí, viene por mí, no por albergue ni por pan y vino, a causa de que yo soy su alimento y soy el vaso que él alza y apura.
Del bosque que lo envuelve en leño y trinos, y sombras temblorosas que lo trepan, se arranca, y viene, y llega sin soslayo, porque lo trae mi rasgado grito.
Va pasando las torres que lo atajan con sus filos de témpanos agudos y llega, sin salmueras, de dos mares, indemne como en forro y vaina de honda.
¡Y ahora ya la mano que lo alcanza afirma su cintura en la carrera!.
Y saben, sí, saben mi cuerpo y mi alma que viene caminando por la raya amoratada de mi propio grito, sin enredarse en el fresno glorioso ni relajarse en las densas arenas.
¡Cómo no ha de llegar si me lo traen los elementos a los que fui dada! El agua me lo alumbra en los hondones, me lo apresura el fuego del poniente y el viento loco lo aguija y apura.
Vilano o pizca ebria parecía; apenas era y ya no voltijea, nonadas de la niebla lo sorbían desbaratando su juego de mástiles y sus saltos de ciervo despeñado. Del bosque que lo envuelve en sus rumores se suelta y ya se viene sin soslayo. Viene más puro que disco lanzado; más recto vuela que albatros sediento porque lo trae mi rasgado grito y el grito mío no se le relaja ciego y exacto como el alma llega. Abre ya, parte, el matorral intruso y todavía mi voz enlazada con sus cabellos el paso le aviva. Y al acercarse ya suelta su espalda; libre lo deja y se apaga en su rostro. Pero mi grito sólo sube recto, su mano ya cae a mi puerta.