Medio oculta entre la selva Como un nido entre las ramas, Y medio hundido en el fondo Tranquilo de una cañada, Allá por aquellos tiempos Hubo en Landín una casa Que no por ser tan sencilla Ni de un fecha tan larga, Era menos pintoresca, Ni tampoco menos blanca.
Sombreaba su puerta un olmo De hojosas y verdes ramas, Punto de citas de todas Las aves de las montañas; Y en uno de sus costados, Brotando límpida y clara, Estaba entre los terrones Y entre las hierbas el agua, De noche siempre tranquila Y eternamente callada.
Apenas el sol naciente Filtraba por sus ventanas, Cuando estremeciendo el aire, Sonaban dulces y claras, La voz de una cuna hablando De cuanto los niños hablan; La voz de una madre, rica De sentimientos y de alma, Y la voz de un hombres que era La eterna voz de la patria, Soñando ya con sus glorias Y ya con sus esperanzas.
Tez cobriza como aquellos Primeros hijos de Anáhuac, Que tantas veces hicieron Temblar de miedo a la España, Cuando la España atrevida Midió con ellos sus armas; Fuerte y ágil como todos Los hijos de las montañas; Como un labriego, robusto; Como un patriota, entusiasta; Como un valiente, atrevido, Y como un joven, todo alma, El hombre de aquellas selvas, El hombre de aquella casa, Era el eterno modelo De esas figuras sagradas Que en el altar de los siglos Hacen un Dios de una estatua. Veinticinco años apenas Por ese tiempo contaba, Y de sus nobles heridas La suma aún era más larga, Que no hubo por el Bajío Ningún combate ni hazaña Donde su ardor no estuviera Donde faltara su lanza, Ni donde al grito de muerte Sus huellas no señalara Con el licor de sus venas O el de las venas extrañas.
Y allí tranquilo y oculto Su triste vida pasaba, Lamentando en su impotencia La esclavitud de la patria Que renunciando a la lucha, Renunciaba a la esperanza: Cuando una mañana, a la hora Que el último sueño marca, Despertó oyendo a lo lejos Un ruido confuso de armas; Y adivinando al instante La suerte que le amagaba, Bajó del lecho al influjo De una decisión extraña; Besa en los labios a su hijo, Besa en la frente a su amada, Clava los ojos ardientes En la entreabierta ventana, Y al ver por sus enemigos Ya casi envuelta su casa, Salta a las rocas, y entre ellos Se escapa por la montaña.