¡Se trata de una niña de doce años, de nombre Elena Mejías
que, a pesar de su edad, escondía una notable y
escondida pasión y lujuria. Su Madre, que mantenía
ocupada en labores con inquilinos, en cierta forma la
descuidó y no estuvo al tanto, no se percato en su momento
que su hija, poco a poco, se convertía en una persona diferente.
Atrás habría de quedar los vestigios de una niña tímida y
callada que jugaba con muñecas o que se chupaba el dedo.
Un día un hombre vino a buscar bonito nombre Juan
José Bernal quien se llamaba a sí mismo el ruiseñor.
Desde su llegada, las cosas empezaron a cambiar en la
pensión. La madre de Elena alquilan sus habitaciones
a las buenas personas, estudiantes, empleados, etc Nada
de lo ocurrido en su casa sin que ella lo notara precisamente
por Elena, la hija, casi imperceptible para los demás,
sabía que la mejor manera de colarse por los pasillos sin
ser visto. Cualquier sospechoso detalle era bien conocida
como la madre de Elena mantuvo en la parte superior de
las cosas. Que habló por teléfono, quien recibió las visitas, etc.
La madre de Elena era aún joven y sin duda se había
olvidado, sus estrictas vagos que no permiten o ayudan
a maleantes y le gusta mantener un estricto control de sus
pensionistas. Hasta la llegada del ruiseñor. Juan José Bernal
vino a romper todos los esquemas de pensiones. La madre
de Elena fue seducida por el reclamo del Nightingale.
Un cartel que lo representaba como un trovador bohemio
nos llamó la atención. Elena estaba muy sorprendido porque
su madre aceptó la pensión no cubierta o un requisito
de exigir. Juan José no cubría el depósito, dio dos duchas a
l día, dijo vegetariana y, como artista, se le preguntó a
respetar su costumbre de dormir durante el día, porque ella
trabajaba de noche. Elena notó un cambio sutil en su madre
darse cuenta de sus nalgas sudorosas que transparentaban a
través de su delantal. El cambio más evidente se hizo
porque la madre comenzó a usar perfume, l
ápiz labial, ropa interior nueva, etc.
Un domingo por la tarde, mientras que la vergüenza impidió
hacer nada, The Nightingale apareció en el patio con su
guitarra y empezó a cantar. Todos los invitados se
reunieron en torno a ella, la hija se acercó a la madre que
graciosamente se retiró. Elena pronto se sintió atraído
por el ruiseñor que, sin tener una voz maravillosa, creó un
ambiente de fiesta como nunca antes ocurrió en la pensión.
Caminó lentamente hacia la pubertad, pronto se
encuentra en el objeto erotizándose ropa de su deseo.
Sabía que las horas que Juan José no estaba y aprovechó
su ausencia para acostarse en la cama rienda suelta a sus
sueños y deseos.
Un día, Elena se dio cuenta de que su madre y
José Juan tuvo una relación que iba más allá
del curso por lo que ahora decidió espiar a su madre. Una noche, al volver del baño Elena Juan José, escuchó
ruidos en la habitación de su madre, consciente de todos
los atajos para pasar desapercibidos, entró en la habitación
y encontró a la pareja retozando entre las sábanas.
Elena encontró el cuerpo de su madre y de expresión, nunca
antes visto, que adornaba: pensaba que
la misma expresión que pudiera tenerla.
Poco después, la madre habló a sus problemas menstruales
hija, sin embargo la Infanta pensaba que no iba a pasar
con ella. Pronto sintió molestias hasta que un día fuera
de sus clases entre mareado y confundido. De camino a
casa, recordó que su madre estaba en el mercado y, a
juzgar por la hora, sólo era posible encontrar a
Juan José. Al llegar a su habitación esperó a que
sus ojos se acostumbraran a la oscuridad y enseñó
el cuerpo de la joven descansó. Poco a poco se acercó
a él y le besa suavemente espera una reacción.
El ruiseñor se dejó llevar por los sentidos y el
cuerpo pequeño se sentó en su regazo, un momento
de duda, reaccionó y descubrir lo poco seductor, empujó
duro mientras le reprochaba: Niña traviesa, malvada.
Elena fue internada en un colegio de monjas, su
madre se casó con su amante y los dos corrieron
la pensión. A pesar del paso del tiempo, la imagen de
la niña fue grabado en la mente y los sentidos de
Juan José, que pronto se obsesionó con la memoria.
Le gustaba espiar a colegialas y comprar ropa púberes
con acariciar su cuerpo. Al cumplir Elena veintisiete
años visitó a su madre y su padrastro. Para sorpresa de
este último, la joven había olvidado por completo de esa mañana.
(Isabel Allende )
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