Alabado sea
Jesucristo…
Hoy celebramos la Visitación de la Santísima Virgen María
a su prima Santa Isabel. Narra el Evangelio de Lucas, en su primer capítulo,
que la Virgen María, después de la encarnación del Verbo en su seno, visita a
su prima Isabel que esperaba un niño (San Juan Bautista), e Isabel reconoce a
la Virgen como "la madre de mi Señor".
La celebración de la fiesta es iniciativa de San
Buenaventura, franciscano, en el 1263. El Papa Urbano VI (reinó del 1378-89),
la extendió a toda la Iglesia.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista
el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel
expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos
la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La
intervención de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un
preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con
la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación
divina.
Muchos son los temas de meditación que ofrece este
misterio. Sería delicioso conocer sus largas horas de diálogo, sus confidencias
mutuas, sus plegarias y oraciones, sus conversaciones sobre los caminos por los
que Yahvé las llevaba y sobre el futuro que podían vislumbrar para ellas y para
sus hijos. Parece una constante en la historia de los santos que las almas de
Dios se hayan encontrado y entre ellas haya abundado la fraternidad y amistad,
el diálogo, las confidencias, todo género de ayuda recíproca. María e Isabel
son un modelo, y la Virgen particularmente lo es en su servicio incondicional a
los demás.
¡Buenos días!
Moscas en el agua
A las personas
que se quejaban de tener muchas distracciones en la oración, san Juan María
Vianney les respondía: “He visto muchas veces caer moscas en el agua fría o
tibia, pero nunca cuando está hirviendo”. Con esto quería expresar que, cuando
un corazón está encendido en fervoroso amor de Dios, le es imposible
distraerse. ¿Qué es el fervor o devoción?
Devoción, fervor o piedad es un don del
Espíritu Santo que nos ayuda a amar a Dios como hijos. Algunos de sus efectos
son: nos hace sentir fuertes para superar las dificultades, llena el alma de
generosidad y audacia, pone claridad en la mente, acrecienta el entusiasmo por
Dios, apaga los apasionamientos mundanos, en fin, da a la persona prontitud,
decisión y alegría para avanzar por el camino de Dios. Es lo que pide el
salmista: “Ensáncheme, Señor, el corazón, y correré por el camino de tus
mandatos”.
A veces Dios
prueba al alma dejándola caer en la aridez y oscuridad en la oración. Estos
tiempos de desolación espiritual Dios los permite para purificarnos y hacer más
consistente nuestro amor por él. En efecto, no es raro que el egoísmo humano
nos lleve a buscar más los consuelos de Dios que al Dios de los consuelos. Es
tiempo de constancia.
Padre Natalio