Alabado sea Jesucristo…
En
el Evangelio de ayer –Domingo de la Ascensión– Jesús nos invita a
ponernos en camino, a salir donde están las personas, sus alegrías, sus
dificultades, sus esperanzas… Nos anima a comprometernos en el empeño
de trabajar para que nuestro mundo sea más justo, más solidario, más
limpio, más fraterno, más libre, más pacífico, más feliz. Nos encarga
mostrar, con nuestras palabras y nuestra vida, el modelo que nos dejó:
su humanidad profunda, su personalidad sensible, su coherencia y
valentía, su mirada misericordiosa, su libertad y solidaridad, su
capacidad de servir.
Mostramos
que Dios es amor, amando. Que es misericordia, acogiendo y aliviando.
Que es gozo, viviendo y contagiando alegría. Mostremos que Dios es
comunidad, compartiendo, uniendo, solidarizándonos...
La Ascensión no es el final de la actividad de Jesús, es el comienzo de la misión de sus seguidoras y seguidores, es decir nosotros.
Es nuestra misión hacer presente su presencia en el mundo, comunicar la
Buena Noticia, ser Buena Noticia. Y con el fuerte respaldo que
significan sus últimas palabras antes de la Ascensión: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de este mundo”.
Él nos acompaña, Él está presente cada día con nosotros, Él se nos
ofrece constantemente en el pan de la Eucaristía. No estamos solos…
¡Buenos días!
¡Todo depende de ti!
En
tu vida, como en la de cualquier persona, hay días decisivos en los que
ves abrirse ante ti un horizonte nuevo donde vislumbras más paz y
felicidad. Es el momento de discernir con sabiduría y hacer una buena
opción. Pide iluminación al Señor para no dejar pasar en vano su gracia,
si es él quien golpea la puerta de tu corazón. Te ofrezco una reflexión
movilizadora.
Si
yo cambiara mi manera de actuar ante los demás..., tendría más amigos.
Si yo aceptara a todos corno son...., sufriría menos. Si yo comprendiera
que todos cometemos errores..., sería más humilde. Si yo procurara
siempre el bienestar de los otros..., sería más feliz. Si yo tuviera más
en cuenta mis defectos..., sería más comprensivo. Si yo confiara más en
Dios y fuera menos autosuficiente..., aprendería a vivir. Tú no puedes
cambiar el mundo..., ¡pero sí puedes cambiarte a ti mismo!
El
buen marino de un barco de velas, está siempre atento y obra con
habilidad cuando percibe que se levanta una brisa, aunque muy suave. Tú
también permanece alerta y cuando surja en tu interior un impulso a la
buena acción, por pequeño que sea, despliega al punto tus velas y obra
decididamente. Como decía san Agustín: “La gracia pasa y no vuelve”.
Padre Natalio