¡Nadie podría entender cuanta tristeza cabe en un vaso de café usado como cenicero.
Él y yo hemos roto el mismo número de promesas
que nos hemos hecho a lo largo del tiempo; él y yo
nos hemos mentido el mismo número de veces que
hemos jugado a creernos; él y yo nos hemos destrozado
de la misma forma en que siempre intentamos
pegarnos, nos lamemos las heridas el uno al otro
y recogemos nuestros jirones ensangrentados para
colocarlos dolorosamente en el hueco de nuestros corazones.
Él y yo no podemos estar juntos, porque si lo estamos
terminaremos por destruirnos; él y yo somos la ruina uno del otro.
Entre nosotros no hay salvación.
El dolor de mi lengua solo se compara con el de mi
corazón; ambos han tratado de ser arrancados por sus
labios. Él ha querido matarme y yo he deseado
matarlo. Y es que esta vida nunca ha sido para nosotros.
Lo he retado, él ha respondido y las huellas de sus
dedos adornan mi garganta adolorida; ambos
lloramos el mismo dolor y dejamos que las llamas
que prendimos juntos abrasaran nuestra carne.
Los dos nos hemos consumido una y otra vez hasta convertirnos
en ceniza.
Construimos sueños escuchando al río y los destruimos
entre la niebla. Nos arrojamos al vacío hasta ser
parte del musgo y la cascada para después huir – irremediablemente-
con el viento.
Él y yo caminamos sobre nuestros propios pasos, dejamos
huellas entre la tierra negra y las piedras mojadas
conjugando diferentes tiempos, con el mismo verbo
y adjetivo –una y otra vez la misma oración, de
la misma historia con el mismo final.
Él no va a cambiar, yo tampoco. Amor sin absolución.
Él tiene mil máscaras con mil razones para usarlas.
Tiene justificaciones para cada versión y
es incapaz de reconocerse frente al espejo.
Yo tengo mil aventuras y mil disfraces para vivirlas; tengo
mis secretos guardados junto a los besos de mis
amantes y un puñado de palabras sin pronunciar.
Él y yo somos juntos la tragedia encarnada, las piezas
gastadas de un rompecabezas incompleto. Somos
dos aceites que no pueden mezclarse, gasolina y
fuego, un par de hoyos negros.
Él, yo, ambos somos un sueño convertido en pesadilla.
Un grito en la noche, el remolino formado en una taza
de café. Somos lo que elegimos y al mismo tiempo lo que no fuimos
capaces de ser.
Somos los espectros que giran al compás de una canción
que se repite permanentemente; somos una sombra, el
túnel sin luz, la tormenta en una mañana gris.
Besitos
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