Yo lo soñaba entonces, inmune a todo mal
hurgando un horizonte cubierto de regresos,
vestido con el traje febril de la esperanza y los ojos llenos de memoria.
En mi delirio inmenso, jamás imaginaba que podría ser el dueño y creador de cada uno de mis sueños.
Al verlo de mi lado, por siempre desprendido de toda promesa,
me convertía en la mujer más valiente y poderosa que yo nunca había conocido.
Yo sí guardé en el pecho el amor que nunca se olvida,
por mi Dios juro... qué lo adoré tanto...
En las tardes de lluvia se volvía como un niño
a entrometerse entre mis brazos,
Desde la más tierna distancia que nunca quiso acortar.
En algunas noches... como caballero elegante, tomaba mi cintura y me llevaba a bailar.
Nunca amé tanto mi soledad, desde que él descubrió mis más preciados valores...
Jamás lo eché de menos con tanta alegría... desde que él dejó el sonido de su mirada en mi cuarto.
Su amor se distinguía como un blanco clavel de pureza,
entre el dolor que daban las espinas de tantas rosas rojas...
Su amor fue inocente como el primero y eterno como el último...
Su amor no se compara, no se cambia, ni se reniega
...solo se vive.
Once rosas rojas y un blanco clavel...
Y mi ilusión infinita de algún día coincidir con el.
Colaboración de Patricia
Argentina