Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es una simiente.
Cada una tiene en sí el poder vital y germinativo.
Procura, entonces, que caiga tu simiente
en el surco abierto del corazón de los hombres. y vigila su futuro.
Procura, además, que sea como el trigo que da pan a los pueblos y no produzca
espinas y cizañas que dejen estériles las almas.
Muchas veces sembrarás en el dolor, pero siembra, traerá frutos de gozo.
A menudo sembrarás llorando, pero...
¿quién sabe si tu simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine?
¿Rompió el alba y ha nacido el día?, salúdalo y siembra.
¿Llegó la hora cuando el sol te azota?, abre tu mano y arroja la semilla.
¿Ya te envuelven las sombras porque el sol se oculta? eleva tu plegaria y siembra.
Si eres niño, siembra, tus propias manos recogerán el fruto.
Si ya eres viejo, las manos de tus hijos lo cosecharán.
Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, fructificará según como lo siembres.
Ve y arroja el grano, ve abriendo el surco y siembra. Y cuando llegue el atardecer de tu vida, enfrentarás la muerte con los brazos cargados y una amplia sonrisa, como el sembrador que, dejando la mancera al terminar el día,
se acerca cargado y sonriente a la dulce cabaña donde lo espera la amada esposa y la sabrosa cena.
Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada es una simiente.
Procura, siempre: "una Siembra de Amor".