¿Realmente sabemos escuchar? por Juan Bestard
Hoy día nuestra sociedad tiene un gran defecto: no saber escuchar. Algunos sociólogos la han llamado,
la «incontinencia verbal». Esta es una extraña enfermedad que consiste en no escuchar y sólo hablar,
hablar por vicio, sin atender el rumbo de la conversación e interrumpiendo la palabra del otro. Es un
vicio psicológico que pone muy nervioso al interlocutor.
El diálogo exige una actitud silenciosa de escucha atenta. El escritor francés Joseph Joubert afirma: «Si queréis
hablar a alguien, empezad por abrir los oídos». Solo una actitud de escucha atenta hace fecunda la palabra que
podemos brindar a nuestro interlocutor. Es difícil poder decir algo válido al que dialoga con nosotros si
antes no abrimos de par en par nuestros oídos para escucharle.
Saber escuchar, hoy, es más importante que saber hablar. Exige dominio de uno mismo. Es un arte y un gesto de
sabiduría. Escuchar es una actitud difícil porque implica atención al interlocutor, esfuerzo por captar su mensaje
y comprensión del mismo.
Las personas que solo hablan sin escuchar dificultan el diálogo y se quedan en un monólogo egoísta
y fastidioso que no conduce a nada.
Aprende a escuchar. Escucha más y habla solo lo necesario. Cuando escuchamos atentamente, aprendemos.
Si no escuchas y solamente hablas, te conviertes egoístamente en el único centro de la conversación,
mutilas el diálogo, no respetas a tu interlocutor y le impones un sacrificio inmerecido.
El filósofo griego Zenón de Citium, que sentó los principios básicos del estoicismo según los cuales
la mejor vida es la que se halla acorde con la naturaleza y con el culto de la virtud por la virtud misma,
solía decir a sus discípulos: «Recordad que la naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola boca, para
enseñarnos que vale más escuchar que hablar».
En la vida diaria no solemos seguir la sabia enseñanza de Zenón. Más bien actuamos en sentido contrario:
hablamos mucho y escuchamos poco. Hoy, en la sociedad de la prisa, de la hiperactividad y del estrés, existe
un gran déficit de escucha atenta y serena. La gente habla y habla, incesantemente. Falla la capacidad de
escucha, la capacidad de atender al otro.
La escucha es una actitud psicológica difícil porque exige olvido de uno mismo y apertura atenta y gratuita
hacia el otro. Escuchar significa dirigir mi atención hacia el prójimo y entrar en su ámbito de interés y en su marco
de referencia. La escucha, diligentemente practicada, supone una acumulación progresiva de sabiduría
y de enriquecimiento psicológico. Escuchar quiere decir recibir del otro, después de haberle dado
lo mejor de uno mismo: la atención afectuosa.
La sabia escucha implica humildad, paciencia y deseo de aprender. Quien piensa poseerlo todo, saberlo todo,
no escucha al otro y solo habla porque cree que los demás son incapaces de aportarle nada. La persona
engreída, orgullosa, no escucha o escucha con desdén o con aires de superioridad. Y, en definitiva,
lo que hace es empobrecerse porque solo «aporta» (habla) y nunca recibe (escucha),
quedándose finalmente vacía de tanto hablar.
La escucha es un arte muy difícil. Dice Anthony de Mello: «La escucha es la cosa más difícil de hacer.
Para escuchar de verdad, las dos partes en el diálogo han de estar abiertas, sin prejuicios, en entera disposición de comprender».
La escucha es una habilidad psicológica que exige apertura, transparencia y ganas de comprender. Sin
estas tres actitudes el diálogo queda truncado. Donde hay cerrazón, prejuicios y orgullo no busquéis diálogo.
Saber escuchar es también un acto de humildad porque en él das preferencia al otro y tú quedas en
un modesto segundo plano. Es, finalmente, la mejor manera de asegurar la eficacia de tu palabra;
ésta será siempre bien recibida si va acompañada de una paciente escucha.
En el diálogo es tan importante el silencio como la palabra; mejor diría: es más importante el silencio
que la palabra, porque nos dispone a escuchar con atención vigilante la palabra del otro y a
decir la nuestra con acierto, después de haberla reflexionado. Sin silencio, sin oídos
bien abiertos, la palabra del otro no es debidamente atendida y la nuestra suena a vacío.
Es cierto que a veces hay personas que no hablan porque no saben qué decir o porque resulta
más cómodo no decir nada. El silencio no es simplemente callar. Es saber añadir a ese
callar un plus de atención y de receptividad. El silencio respetuoso y acogedor implica saber
adentrarse en el interior del otro y comprender su problema. Es una actitud terapéutica que siempre resulta muy útil tanto para el que la ejercita como para el que recibe su beneficiosa influencia.
El déficit de silencio-escucha en la sociedad actual es enorme, porque da la impresión de que cada
uno va a lo suyo, sin importarle lo más mínimo la necesidad de receptividad que
pueda tener el prójimo. El auténtico diálogo es una síntesis de apertura,
transparencia y disponibilidad para comprender.
El diálogo da sus frutos cuando somos capaces de abrirnos sinceramente al otro,
cuando le sabemos acoger sin prejuicios, cuando nos esforzamos por comprenderle y aprender de él.
La escucha, entendida como receptividad sincera y cordial, es la base del diálogo, y el
diálogo enriquece enormemente a las personas que lo practican.
|