OtroHéctor Buccolini (Colaboración para ARGENPRESS CULTURAL) Parece mentira, pero ya llegó a los ochenta la compañera que tengo y con quien subí al tren hace cincuenta y cuatro años. Los cumple el ocho de marzo, justo el día Internacional de la Mujer. Yo que la conozco bien, estoy seguro de que un pedacito de ese homenaje ella se lo merece.
Estuvimos dos años preparando las maletas y juntando para comprar los pasajes y poder hacer este viaje en el tren de la vida. Partimos allá por el año mil novecientos sesenta y por suerte todavía seguimos viajando.
Parte del trayecto viajamos en vagones con asientos de madera bastante incómodos, pero pudimos superarlo. Gran parte del viaje en vagones con asientos acolchados, muy confortables, y también tuvimos tramos por suerte largos, que pudimos viajar en camarote.
Pasamos y conocimos muchas estaciones, algunas muy pobres donde casi no había ni agua para tomar, otras que eran verdaderos shoppings donde se podía disfrutar de todo, mirar vidrieras y poder comprar algo de lo que veíamos. Conocimos también algunas donde había lo que había: a veces se podía y a veces no se podía. Pasamos por una donde tuvimos el peor momento de nuestro viaje, el más doloroso, pero el tren nos obligaba a seguir. La marca de ese dolor nos quedó para siempre.
Hoy vamos bastante tranquilos en un cómodo camarote aunque cada tanto hay algún cimbronazo. Se nota que las vías no están del todo bien en algunos tramos, pero la conmoción es superable. A veces nos llegamos hasta el primer vagón y miramos para adelante a ver si se divisa la estación terminal, pero hasta ahora no se ve nada. Ojalá no lleguemos pronto porque vamos viajando bastante bien y muy cómodos.
Así que ahora festejaremos los ochenta, nos vamos a llegar hasta el coche comedor, nos haremos servir el mejor menú, terminaremos con una fría botella de champaña y con un beso nos daremos mutuamente las gracias por seguir juntos en este viaje.
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