Respondo el llamado de Dios para hacer lo mejor y dar lo mejor de mí.
Lo que deseo hacer y ser no está más allá de mis habilidades para lograrlo, de manera que desisto de poner mi atención en limitaciones. Tal vez existe un llamado que anhelo seguir pero parece que no puedo dar el primer paso.
Cuando mantengo la atención asida a principios divinos, percibo cuando un impulso desde lo más íntimo de mi alma me guía correctamente. Tengo el valor de hacer lo mejor que puedo. Estoy dispuesto a aprender a medida que avanzo. Trabajo y sirvo consciente de que soy una creación de Dios, capaz de logros tanto rutinarios como extraordinarios.
¡Ésta es la hora, éste es el día! Respondo el llamado de Dios para hacer lo mejor y dar lo mejor de mí.
¡Protege mi integridad y rectitud, pues en ti he puesto mi esperanza!—Salmo 25:21
Utilizo el poder de mi mente dirigida por Dios para crear.
El sorprendente poder de mi imaginación es un don del Espíritu. El autor Steve Corvey dice que todas las cosas son creadas dos veces: primero mentalmente y luego físicamente. Si puedo soñarlo o percibirlo, puedo hacerlo y lograrlo. De aquí que visualizo el resultado deseado y luego tomo acción para hacerlo una realidad.
Todo problema tiene una solución y cada objetivo puede lograrse. Así que me preparo para resultados positivos. Utilizo la creatividad de mi mente y permito que el Espíritu guíe mis pasos. Confío en que tendré todo lo que necesito en el momento correcto y de la manera perfecta. Mantengo una fe absoluta y una anticipación positiva. Experimento propósito y gozo al utilizar el poder creativo de mi mente.
Somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras.—Efesios 2:10
Vivo partiendo de la verdad de mi ser. Yo soy sano, fuerte y estoy bien.
He sido creado según la imagen y semejanza del Gran Creador. Como tal, la salud perfecta es mi herencia divina. Recuerdo la historia de la mujer que tocó el borde del manto de Jesús e inmediatamente fue sanada. Él le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado”. Tal como ocurrió con esta mujer, la fe me aviva, me sana y me fortalece.
Busco y toco a Dios mediante la oración. Afirmo la verdad de la habilidad natural que tiene mi cuerpo para sanarse, y visualizo que una luz radiante y divina obra en mí. Dios establece la manifestación más elevada de mi bien físico. Cada célula es infundida con propiedades creadoras de vida. Soy renovado y revitalizado de la cabeza a los pies. ¡Mi corazón rebosa de gratitud por mi salud y completitud!
Entonces Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado. Ve en paz”.—Lucas 8:48